La experiencia de las mujeres que sufren vulvodinia parece ser poco comprendida por su entorno cercano e incluso desde el ámbito sanitario. Las personas que la padecen, suelen encontrarse ante un gran tiempo de espera entre la primera consulta donde se expone la sintomatología y el momento en el que se recibe el diagnóstico, apareciendo efectos negativos en su calidad de vida y síntomas emocionales difíciles de gestionar ante la incertidumbre de la situación presentada. La ISSVD (International Society for Study of Vulvovaginal Diseases) define la vulvodinia como un malestar crónico de la vulva que se suele describir por las personas que lo padecen como una sensación de quemazón, pinchazos o irritación, “como si estuviese en carne viva”. Existen dos tipos de afectación, la generalizada, que se da en toda la zona de la vulva y suele aparecer en mujeres que se encuentran en el periodo de la menopausia; y la localizada, que aparece en mujeres jóvenes, en forma de crisis de dolor localizado.
En cuanto a la etiología de este malestar aparecen muchas teorías, por lo que se entiende un origen multifactorial. Desde el campo de la salud mental, por un lado, se admiten como involucrados en la aparición, factores psicológicos y psicosexuales; y por otro, se encuentran alteraciones en los neurotransmisores de las vías serotoninérgicas, adrenérgicas y dopaminérgicas, además de una desregulación del eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal, por lo que sería importante indagar si existe sintomatología depresiva, y si el dolor somático que se expresa estaría enmascarando un trastorno depresivo.
Respecto al tratamiento, es importante entender que el propio diagnóstico forma parte de la intervención, ya que es una patología que, por lo general, no se detecta y diagnostica bien, pudiendo incluso confundirse con otras afecciones más comunes como el vaginismo. El nivel de evidencia científica es bajo para cualquier intervención, pero, teniendo en cuenta que el origen parece ser multifactorial, es adecuado que formen parte diversos profesionales de la fisioterapia, medicina psiquiátrica, cirugía y psicología. En cuanto al campo de la psicología, es importante la parte psicoeducativa, resaltar que el dolor es real, y que no es fruto de una enfermedad de transmisión sexual, ni de un cáncer. Los aspectos psicológicos involucrados parecen claros y se debe valorar el deterioro de la autoestima, para lo que la terapia cognitivo conductual es una de las más utilizadas. Además, hay que tener en cuenta las alteraciones psicosexuales que pueden presentar estas mujeres, trabajando e incidiendo en que existen otras formas de sexualidad que no implican directamente la vagina o la vulva y que es importante introducir a la pareja en el tratamiento, para lo que resulta fundamental el trabajo en comunicación asertiva, empatía y gestión emocional. También resulta fundamental insistir en que va a resultar una terapia larga, lenta y gradual donde el objetivo final es mejorar la calidad de vida en lugar de curar. Con esto, el 70% de las pacientes cumplen este objetivo, aunque la remisión total se encuentra en un 22% de las mujeres con vulvodinia.
El objetivo del presente escrito es que el diagnóstico no resulte un desconocido cuando estas pacientes vienen a consulta y se muestre una compresión íntegra desde el primer momento de la afección que tienen, para poder prestarles apoyo e intervenir en su mejor calidad de vida, sin que se consideren “mujeres olvidadas”.
Martínez-González, MC., Fernández Tejedo, L., Telenti Iglesias, M. y Martínez-González, RA. (2020). Vulvodinia. Editorial Glosa, S.L.