Trastorno de ansiedad social

En nuestro día a día es inevitable tener que interactuar y relacionarnos con otras personas, ya sea en contextos formales como la escuela, el instituto o el trabajo o en contextos menos formales como un parque, una cafetería o un supermercado. Mientras que para la mayoría de las personas esto no supone ningún tipo de problema, otras pueden sentirse incómodas en este tipo de situaciones. En algunos casos esta incomodidad puede ir más allá, llegando a percibirse las situaciones sociales como una amenaza y viéndose limitadas las actividades que la persona es capaz de realizar en su día a día, pudiendo tratarse, por tanto, de un trastorno de ansiedad diagnosticable.

El trastorno de ansiedad social se caracteriza por sentir un miedo o ansiedad intensa y desproporcionada ante una o varias situaciones sociales en las que la persona se encuentra expuesta a la evaluación de otras personas (American Psychiatric Association, 2013). Este tipo de reacción emocional puede aparecer ante situaciones en las que se interactúa con otras personas (ej. mantener una conversación), se actúa delante de otras personas (ej. realizar una presentación oral) o se es observado durante la realización de algún tipo de actividad (ej. comer o realizar una actividad académica o laboral). Las emociones mencionadas surgirían por el miedo a ser humillado, rechazado y/o juzgado negativamente por los demás. En ocasiones este miedo o ansiedad son tan intensos que la persona afectada se ve obligada a evitar determinadas situaciones sociales, de modo que este tipo de trastorno no solo genera un malestar significativo en la persona, sino que también puede conllevar el deterioro de diferentes áreas de la vida de ésta como la social, la laboral o la académica, entre otras.

En la mayoría de los casos el trastorno de ansiedad social comienza durante la infancia o la adolescencia, siendo su prevalencia mayor durante el segundo periodo mencionado (Spence y Rapee, 2016). Así, la edad media de aparición de este trastorno suele ser alrededor de los 13 años (Leichsenring y Leweke, 2017) y su desarrollo parece estar sujeto a la interacción de distintos factores intraindividuales y ambientales (Spence y Rapee, 2016). Entre los factores intraindividuales, la genética, la inhibición conductual (es decir, la tendencia a evitar situaciones o personas que no son familiares) y el escaso desarrollo de las habilidades sociales pueden favorecer su aparición. Del mismo modo, factores ambientales como el estilo parental sobreprotector, el establecimiento de vínculos inseguros con las figuras de referencia, la vivencia de eventos adversos o estresantes durante la infancia (abuso, negligencia, violencia familiar, separación parental o enfermedad), las experiencias sociales negativas con los pares o la escasa interacción social con éstos durante la adolescencia pueden favorecer también el desarrollo de este tipo de trastorno.

Además, el trastorno de ansiedad social se encuentra asociado a la presencia de diversos sesgos cognitivos o distorsiones en la forma de pensar (Spence y Rapee, 2016). Así, las personas con trastorno de ansiedad social, en comparación con quienes no lo padecen:

  • Prestan una mayor atención al propio desempeño en situaciones sociales
  • Presentan unas expectativas negativas sobre su desempeño en dicho tipo de situaciones, de modo que anticipan un resultado negativo de las interacciones sociales
  • Muestran un autodiálogo más negativo durante la realización de actividades de carácter social
  • Tras el evento social presentan un pensamiento mucho más rumiativo acerca de la situación social vivida y la evaluación que realizan de su desempeño suele ser más negativa
  • Tienen una mayor probabilidad de interpretar negativamente la información derivada de situaciones sociales, como por ejemplo tener una percepción más negativa de las respuestas de la audiencia
  • Y visualizan con mayor frecuencia y vividez imágenes negativamente distorsionadas sobre sí mismos en situaciones sociales

El trastorno de ansiedad social tiende a persistir a lo largo del tiempo en caso de no ser tratado (Spence y Rapee, 2016), por lo que ante la sospecha de estar padeciéndolo o de que alguien de nuestro entorno pueda presentarlo resulta imprescindible buscar ayuda. Los tratamientos disponibles para este tipo de trastorno son de tipo farmacológico y psicoterapéutico, existiendo la posibilidad de combinarlos. Los fármacos más utilizados son los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, los inhibidores de la recaptación de serotonina–norepinefrina y las benzodiacepinas. A nivel psicoterapéutico, la terapia de tipo cognitivo conductual es considerada actualmente la primera línea de tratamiento. Este tipo de intervención incluye algunas técnicas como la reestructuración cognitiva (detección y modificación distorsiones en la forma de pensar), el entrenamiento en técnicas de relajación, el entrenamiento en habilidades sociales, así como la exposición en imaginación y en vivo a aquellas situaciones sociales que generan ansiedad a la persona (Leichshering y Leweke, 2017; Colegio Oficial de Psicólogos, 2013).

La intervención a implementar dependerá, por un lado, de las recomendaciones realizadas por los profesionales correspondientes y, por otro lado, del tipo de tratamiento que la persona esté dispuesta a recibir. A priori, el tratamiento farmacológico puede ser la opción más asumible para la persona afectada, dado que el tratamiento psicoterapéutico suele suponer, no solo una mayor inversión económica y de tiempo, sino también la necesidad de hacer frente a aquellas situaciones sociales que la persona ha podido tratar de evitar hasta el momento. En este sentido es importante destacar que una de las principales ventajas del tratamiento farmacológico es que suele producir efectos más rápidamente que la psicoterapia (Leichshering, 2017). Sin embargo, este tipo de tratamiento únicamente permite reducir el malestar que siente la persona ante situaciones sociales, pero no ofrece una solución al trastorno, siendo por tanto la eficacia de la psicoterapia mejor a largo plazo (Leichshering, 2017). Por todo ello, en muchos casos el tratamiento combinado puede ser la opción más recomendable, pudiendo percibirse una mejoría más rápidamente, facilitándose que la persona se exponga a las situaciones temidas con un menor grado de malestar durante la intervención psicoterapéutica, y favoreciéndose que la mejoría se mantenga a largo plazo.

Bibliografía

American Psychiatric Association (APA). (2013). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales DSM-V. Barcelona: Masson.

Colegio Oficial de Psicólogos (2013). Tratamiento cognitivo conductual de la ansiedad social. Recuperado de: https://www.cop.es/colegiados/M-00451/FobiaSocial.html

Leichsenring, F., & Leweke, F. (2017). Social anxiety disorder. New England Journal of Medicine376(23), 2255-2264.

Spence, S. H. & Rapee, R. M. (2016). The etiology of social anxiety disorder: An evidence-based model. Behaviour Research and Therapy86, 50-67.

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