Esta es la pregunta que recibimos a menudo los que somos neuropsicólogos, y en el equipo de Psicología Amorebieta tenemos dos profesionales de esta disciplina con amplia formación y reconocimiento. Y es que es una disciplina, dentro de la psicología, muy desconocida, si bien el cuerpo de conocimientos que alberga es muy amplio e interviene en numerosos trastornos y patologías. Si tuviéramos que hacer una definición unívoca, la neuropsicología será la parte de la psicología que se encarga de estudiar el cerebro con el fin de entender las relaciones que se dan entre éste y la conducta y el comportamiento. Sin embargo, debemos tener en cuenta un sentido más amplio de estos dos últimos elementos (conducta y comportamiento), ya que en ellos entrarían todas las acciones que cometemos los seres humanos y que son visibles desde el exterior, pero también suponen otros aspectos más invisibles pero no por ello menos importantes: los procesos cognitivos y las emociones, por ejemplo.
La neuropsicología es la disciplina psicológica que más cerca está de la medicina, y de forma más específica y como es obvio, de la neurología, neurociencia o la neurocirugía, entre otras disciplinas. Tanto es así, que habitualmente el neuropsicólogo es un experto que se integra en los equipos multidisciplinares donde hay estos profesionales, pero también los neuro-fisioterapeutas (fisioterapeutas especializados en patología neurológica), terapeutas ocupacionales y aquellos profesionales encargados de la funcionalidad motora y cognitiva en el día a día. De esta manera, podríamos decir que todos estos profesionales tienen como elemento más básico de trabajo posible la neurona y cómo éstas se agrupan, interelacionan, interaccionan, desarrollan, etc.
Cabe explicitar una breve reseña histórica sobre la disciplina, ya que la neuropsicología nace como consecuencia de las Guerras Mundiales y la necesidad que había en éstas de restituir el daño cognitivo que se producía a consecuencias de las lesiones cerebrales que sufrían los soldados en las batallas. Aquellos primeros neurocirujanos, abrieron la puerta a la restauración de las funciones dañadas y sentaron las bases de una posterior disciplina más amplia y no sólo basada en la neurocirugía. Con todo ello, los neurosicólogos habitualmente trabajamos con las dificultades que se derivan de un daño cerebral sobrevenido o adquirido sobre el sistema nervioso central (ictus, traumatismos craneoencefálicos, etc.), pero también sobre procesos disfuncionales y/o daños que se dan por un inadecuado neurodesarrollo (epilepsias, TDAH, autismo, etc.).
De esta manera, el objetivo de esta disciplina no es otro que el de intentar rehabilitar los procesos dañados (como la propia palabra indica, rehabilitar supondría volver a habilitar estos procesos para que funcionen de manera adecuada a como funcionaban antes de que se diera la enfermedad), siempre partiendo de una evaluación de estos procesos basado en las teorías cognitivas (estableciendo los puntos débiles, que suelen ser los dañados, y detectando los fuertes, para ponerlos de base y pilar de la rehabilitación o de la vida diaria futura), si puede ser apoyado en las pruebas de neuroimagen (TAC, SPECT, Resonancia Magnética, etc.) y del resto de profesionales que integran el equipo multidisciplinar. Sin embargo, a veces tenemos que hacer compensaciones, ayudando al paciente a aprender estrategias y mecanismos para compensar las funciones perdidas, intentando que el daño o la pérdida cognitiva que el paciente ha sufrido tenga el menor impacto posible en su día a día: mediante el uso de grabadoras, diarios, agendas, libretas, GPS, etc., según cuál sea la función o funciones cognitivas afectadas como consecuencia de este daño/patología/condición.
Así, los neuropsicólogos intervenimos en todos los casos en los que se produce alguna alteración cerebral: por un lado habitualmente en adultos en patologías como el ictus o ACV (Accidentes Cerebrovasculares), tumores cerebrales, daños derivados de una parada cardiorrespiratorias (que habitualmente dejan sin oxígeno el cerebro unos minutos, generando daños en el mismo), patologías neurodegenerativas (Alzheimer, Parkinson, Esclerosis Múltiple…); en población infantil, además de algunas de las anteriores causas descritas, es habitual que intervengamos en trastornos del neurodesarrollo (autismo, TDAH, genéticas, TEAF, metabólicas, parálisis cerebral, dificultades de aprendizaje, y una amplia lista de patologías y condiciones).
Sin embargo, a menudo construimos el conocimiento que se usa de base para entender cómo funciona el cerebro y poder aprovecharlo, incluso a veces en áreas que nada tienen que ver con el de la salud: neuromárketing, políticas de salud o de gestión de recursos, etc.
Si quieres saber más sobre el tema, las figuras más características y a tener en cuenta en el ámbito serían aquellas más clásicas (como Luria o Lezak, por ejemplo) o figuras que han aportado muchísimo al conocimiento más actual de lo que hoy trabajamos en neuropsicología, como Stuss, Shallice, Barbara Wilson, Brenda Milner, Diamond… y un etcétera tan extenso que podríamos llenar un libro). Además, dentro de los conocimientos técnicos más específicos, podríamos empezar estudiando la Reserva Cognitiva (tan importante en las enfermedades neurodegenerativas) o la Plasticidad Cerebral (imprescindible para entender la recuperación cognitiva de un niño en cualquier proceso, evolutivo o sobrevenido, en neuropsicología), por mencionar dos constructos muy propios de la neuropsicología y fundamentales en este disciplina. Pero si quisieras saber más de esta disciplina o cualquier cosa en torno a nuestro ejercicio, no dudes en ponerte en contacto con nosotros por el medio que prefieras.