Vivimos en una sociedad en la que nuestro aspecto físico tiene un gran impacto, y en consecuencia estamos muy centrados en lo que comemos o no pero generalmente desde la restricción o el exceso, siendo difícil encontrar un punto intermedio. Nuestra relación con la comida es de vital importancia, ya no solo por los beneficios que se dan a nivel de salud física, sino porque contribuye a nuestro bienestar emocional y en consecuencia, a establecer relaciones sociales más positivas. Asimismo, nos ayuda a responder mejor ante diferentes exigencias que se presentan en nuestra vida cotidiana.
Tendemos a crear los patrones y hábitos de conducta alimenticia en base a nuestras experiencias, a lo que observamos y a lo que aprendemos de otros. Esto mismo, por desconocimiento en muchas ocasiones, tiende a llevarnos a esta mala relación con la comida basada principalmente en la culpa, la vergüenza y la ansiedad, entre otros.
Esta forma de relacionarnos con nuestra alimentación afecta en todas las etapas vitales, pero en la adolescencia su repercusión es aún mayor, siendo estas edades en las que se inician más comúnmente los Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA) debido a la insatisfacción corporal, principalmente. A pesar de que en la adolescencia es complicado mantener una buena relación con nuestra forma de alimentarnos debido a las presiones sociales y a la importancia que suponen, es importante que en nuestro entorno sigan dándose este tipo de hábitos positivos, ya que con el tiempo son estos los que vamos a hacer propios.
Para fomentar una buena relación con la comida, siempre y cuando no haya una sospecha o diagnóstico de TCA detrás en cuyo caso debemos estar acompañados a lo largo del proceso por un profesional, algunas estrategias que podemos utilizar son las siguientes:
- Identificar el hambre que se presenta de manera física, no emocional, de manera que nutramos a nuestro cuerpo como necesita para seguir funcionando con normalidad. A pesar de ello, diferenciar entre el hambre físico y emocional puede ser algo complicado en algunas ocasiones. Algunas pistas de que lo que tenemos es hambre físico pueden ser las horas que han transcurrido desde la ingesta anterior, nuestros horarios habituales de cada comida o la cantidad consumida previamente (aunque esto varía en función de la persona). El hambre emocional en cambio, suele venir acompañado de eventos que han supuesto un impacto emocional para nosotros, que pueden darse de manera puntual o mantenerse en el tiempo (como un empleo muy demandante o épocas de exámenes).
- Escuchar a nuestro cuerpo cuando envía la señal de saciedad, ya que esta tarda un tiempo en mostrarse, por lo que es importante no excedernos en la velocidad al comer para saber cuando parar. Para ello también debemos comer de manera consciente, centrados en lo que comemos y cómo lo hacemos (pensamientos, emociones, acciones y sensaciones; antes, durante y después de comer), sin estar por ejemplo pendientes del móvil ya que esto va a hacer que la atención no esté centrada en lo que hacemos en ese momento y va a dificultar atender esas señales mencionadas.
- No ignorar las señales de hambre o saciedad. Esto puede generar un malestar posterior provocando que haya un aumento en nuestra ingesta y en la velocidad de la misma, y en consecuencia hacer que aparezca esa sensación de pesadez o culpa por habernos pasado.
- Que lo relacionado con la alimentación no sea un premio o un castigo. Comer está destinado a cuando tenemos hambre o un antojo, pero cuando lo utilizamos como recompensa o restricción, estamos dejando de normalizar ese proceso, pudiendo hacer que se convierta en algo negativo o incluso en un enemigo.
- En relación al punto anterior, como se ha mencionado, responder ante un antojo ocasional no es algo malo, de hecho puede resultar beneficioso ya que evita emociones desagradables en lo relativo a la comida. Debemos saber que nuestro cuerpo tiende a pedirnos determinados alimentos porque hay algo de ellos que necesita, y por ello suprimir un pequeño antojo nos puede llevar a experimentar ansiedad hasta que con el tiempo se transforme de antojo a atracón precisamente por haberlo suprimido, o todo lo contrario, en un alimento prohibido por el miedo que genera consumirlo.
- Y por último, no hay alimentos que sean enemigos. Es cierto que hay alimentos con los que debemos evitar excedernos, al igual que sucede con otras muchas cosas, pero no basados únicamente en la grasa, sus calorías o que sea algo dulce. Un buen ejemplo serían los dátiles, cuyo aporte calórico es bastante grande y no debemos comer en grandes cantidades por la cantidad de energía que eso supone, pero a nivel nutricional es un alimento extremadamente nutritivo que nos aporta muchísimos beneficios.
Finalmente, subrayar que cuando establecemos patrones de conducta que resultan dañinos para nosotros, tiende a ser bastante complicado empezar a realizar grandes cambios ya que pueden provocar el famoso “efecto rebote”. Por ello, cualquier cambio que queramos realizar debemos implementarlo con calma y con cariño, para lograr integrarlo y poder mantenerlo en el tiempo. Aunque nos cueste ver resultados, todos los pequeños pasos que demos terminan teniendo algún tipo de consecuencia positiva, y es por eso mismo que no es necesario buscar el momento oportuno, solo empezar a movernos.