Cuando nos sentimos mal, sentimos emociones que producen malestar. El lloro es una estrategia para sobrellevar estas emociones y es una manera de procurar nuestra regulación emocional. Llorar no es agradable para nadie, pero el llanto, junto a la tristeza tiene un efecto reparador ya que sirve para descargar el estrés o la angustia. A demás, tras esta explosión emocional, suele venir una mejoría en el humor.
Por otro lado, llorar es parte del proceso de sanación en muchas situaciones como, por ejemplo, en duelos (perdida de trabajo, la muerte de un ser querido, rupturas de pareja, cambios vitales, etc.) o puede ser simplemente una reacción ante la emoción que nos ha trasmitido una situación (alegría, emotividad, rabia, etc.).
A algunas ocasiones las personas optan por diversas estrategias de evitación. A veces, las personas que padecen sintomatología depresiva o ansiosa o simplemente se encuentran mal por alguna circunstancia determinada en su vida, tienden a sentir que están tristes y que, para estar mejor, tiene que dejar de sentirse de esa manera. Por esta razón, se tiende a luchar contra las emociones y se trata de mantener “a raya” las emociones intensas negativas. Además, se suele tener la creencia errónea de que el camino hacia la mejoría es “aguantar”. Al final, lo que se logra es que la persona se mantenga en una línea fina que no lleva a la mejoría, pero tampoco se permite caer, ya que la idea de caer a “un pozo” sin salida asusta mucho. Al contrario, si se trata de la alegría, no hay problema en expresarlo y dejarse llevar por esta emoción. Esta es agradable y, generalmente, no da miedo sentir esto.
Habitualmente, esta diferencia se debe a la concepción de que estar triste es de débiles y si uno entiende que debe de ser fuerte ante los demás, se crea una dificultad para aprender estrategias para gestionar el malestar. Si no se habla de la tristeza o de la angustia, cuando surgen, estas pueden ser irreconocibles y por ello, puede que no se tengan estrategias de afrontamientos útiles.
La dificultad de expresar, gestionar o admitir que uno se siente mal, puede derivar en el enfado. Esta emoción es más fácil de sentirla por el hecho de que la agresividad está relacionada con la defensa. Es más fácil mostrarla, ya que la oposición y la confrontación pueden ser más fácil de expresar. Este enfado puede ser expresado tanto externamente como internamente, afectando en las interacciones con los demás o en la propia autoestima. Muchas veces, esto se debe a creencias irracionales muy arraigadas en nuestra psique especialmente las creencias nucleares donde hay implícito una exigencia, una obligación o un debería, en la forma de percibir, la forma de pensar, de relacionarse o ver a los demás (debería, tendría que, tengo que,…).
Cuando uno llora, no hay cabida a la evitación del problema, a la distracción o la inhibición de la emoción sentida. Llorar implica dejar ir al autocontrol como estrategia de afrontamiento para dar paso a la descarga. Además, está demostrado que el lloro es una forma sana de gestionar todas estas emociones negativas ya que hay estudios que expresan que detrás hay razones fisiológicas y, por ende, está dentro de la naturaleza humana sin importar las características individuales o la educación que cada uno haya recibido. La conclusión es que debemos permitirnos a nosotros mismo llorar y caer, para poder levantarnos.