Lo primero que debemos tener claro para poder llegar a manejar de manera eficaz nuestras emociones es qué son y para qué sirven. Hay emociones básicas que se presentan desde una edad muy temprana y en todas las culturas, además la expresión facial que se utiliza para mostrarlas también es común en distintas partes del mundo y no se da únicamente en el ser humano. Estas emociones son la alegría, el enfado, la tristeza, el miedo, la sorpresa y el asco. Las emociones, en su forma más básica, se dan de manera automática, ya que tienen un componente innato (Bárez Palomo, 2016).
A su vez, las emociones son muy complejas y tienen una función muy importante en nuestras vidas, ayudan a nuestro organismo a adaptarse a distintas situaciones y escenarios. Greenberg y Paivio (2012) exponen las siguientes características y funciones de las emociones:
- Las emociones pueden surgir como respuesta a un estímulo externo o interno.
- Nos preparan para la acción, siendo una herramienta que nos facilita la toma de decisiones y organizar nuestros objetivos.
- No existen emociones “positivas” o “negativas”, ya que todas cumplen una función adaptativa para la supervivencia.
- Las emociones que nos producen una sensación desagradable tienen la función de ayudar a alejarnos de situaciones que detectamos como peligrosas o a defendernos ante ellas, mientras que las emociones que nos producen placer o son agradables tienen la función de acercarnos y ayudarnos a explorar.
- Motivan nuestra conducta y producen cambios en las relaciones con el entorno.
- Influyen en nuestro pensamiento y nos dan información acerca de nuestras reacciones ante ciertos escenarios. También ofrecen información sobre nuestro estado al entorno.
Vemos que las emociones tienen unas características comunes, pero cabe mencionar que cada quién tendrá una manera distinta de responder ante un mismo escenario. Esto se debe a que todos tenemos un aprendizaje distinto a lo largo de nuestra vida y esto influye en las respuestas emocionales que tenemos (Bárez Palomo, 2016). Nuestro aprendizaje es el que controla nuestras emociones secundarias, es decir, existen emociones primarias y secundarias y estas últimas son la respuesta a una emoción primaria. Si hemos aprendido que llorar nos hace menos fuertes, cuando lloremos, sentiremos vergüenza. Esa vergüenza es una emoción secundaria que se da después de la emoción primaria como respuesta de nuestro aprendizaje “llorar es de débiles” (Bárez Palomo, 2016).
Desde el enfoque cognitivo-conductual se entiende que la emoción viene después del pensamiento, es decir, que el pensamiento es la causa de la emoción. A este modelo se le llama el A-B-C (pensamiento-emoción-conducta) y aunque esta secuencia es muy habitual, desde la investigación psicobiológica, se muestra que muchas veces las emociones surgen de manera automática, sin que exista antes un pensamiento, la secuencia sería B-C-A.
La regulación emocional es un conjunto de herramientas que tenemos para poder estabilizar o ajustar nuestras emociones, cambiando su duración o intensidad para volverlas más adaptativas y poder conseguir nuestros objetivos. Puede darse a través de factores externos, es decir sería una corregulación, o puede darse a través de factores internos, es decir autorregulación (Bárez Palomo, 2016).
→ Fuentes externas: El comienzo del proceso de la regulación emocional es interpersonal, es decir, en nuestra infancia son nuestros cuidadores quienes regulan nuestras emociones por nosotros y a medida que vamos creciendo vamos aprendiendo a hacerlo de manera más autónoma, volviéndose poco a poco autogenerado. Unos factores externos que facilitarán la regulación serán el apoyo, la responsabilidad, la aceptación, la cooperación… También son de gran importancia el refuerzo y el modelado por parte de los cuidadores o el entorno.
→ Fuentes internas: Las fuentes internas se dividen en factores conductuales, como son la adaptabilidad, la sociabilidad, la disposición y la reactividad, factores cognitivos, como son las creencias, las referencias sociales, la habilidad y la conciencia de necesidad, y los factores neuroreguladores como son el sistema autonómico, el sistema neuroendocrino y el lóbulo frontal.
Hervás (2011) expone una serie de tareas que ayudan a procesar y regular la emoción que estamos sintiendo.
- Ser consciente de las emociones.
- Atender a la emoción de manera equilibrada, no hacerlo de manera hipervigilante pero tampoco desatenderla.
- Poner nombre a la emoción y si no podemos ponerle nombre etiquetarlo de alguna otra manera.
- No juzgar la emoción, es decir, no realizar una valoración, así se evitarán emociones secundarias desagradables.
- Reflexionar acerca de la emoción, qué significa y las consecuencias que tiene.
- Modular la respuesta emocional. Para ello han de utilizarse estrategias cognitivas, conductuales o emocionales.
Referencias:
Bárez Palomo, N. B. (2016). Habilidades básicas del psicólogo general sanitario. CEF.
Greenberg, L. S. y Paivio, S. C. (2012). Trabajar con las emociones en psicoterapia. Paidós.
Hervás, G. (2011). Psicopatología de la regulación emocional: El papel de los déficits emocionales en los trastornos clínicos. Psicología Conductual: Revista Internacional Clínica y de la Salud, 19(2), 347-372.