Todos entendemos que en nuestro estado de ánimo tiene que haber cambios, que en ocasiones vamos a sentirnos bien pero que de la misma manera, en otras vamos a sentirnos mal. A nivel teórico, sabemos que tiene que darse de esta forma, pero cuando llega el momento de conectar con emociones más desagradables nos surge la necesidad de pasar por ellas lo más rápido posible e, irónicamente, nos lleva a sentirnos peor durante más tiempo.
Esto provoca que no nos demos el tiempo que necesitamos para identificar lo que sentimos, aceptarlo y gestionarlo, e incluso puede generarnos culpa por no ser capaces de salir de esos “bucles”. Además, lo más habitual es que en nuestro entorno nos encontramos con frases como “no es para tanto”, “no lo pienses”, “anímate”, “no llores más”… y otras tantas que precisamente lo que logran es reforzar esta creencia de que tenemos que evitar sentirnos así, cuando la realidad es muy distinta.
Las emociones que consideramos negativas son las que nos avisan o nos comunican que hay algo que está generando un malestar o cambio en nosotros, y lo mejor que podemos hacer con ellas es prestarles atención y ver qué nos están queriendo transmitir. Si trasladamos todo esto a algo más tangible podríamos identificarlo con una herida por ejemplo, a veces más grande y otras más pequeña. El hecho de que yo no la mire no quiere decir que no esté, por lo que lo mejor sería intentar cuidarme para ayudar a que cure antes o buscar a alguien que me ayude a ello si veo que se infecta o que no termina de sanar. Eso que vemos tan claro en este caso, es algo que nos cuesta más entender cuando hablamos de nuestras emociones, pero el proceso a seguir en cierta forma es el mismo.
Estas emociones desagradables nos ayudan a desarrollarnos, a conocernos, y sobre todo a procesar nuestro malestar. No todos tenemos las mismas herramientas para hacerlo, pero es importante que conozcamos cuales son las que utilizamos y nos ayudan. A modo de ejemplo, si conecto con mi enfado debo ser capaz de identificar que mi forma de hacerle frente es alejándome totalmente de lo que lo origina (por lo que dificulto el encontrar una posible solución); o si conecto con mi tristeza, saber que lo que necesito en ese momento es estar con un amigo (que me puede ayudar a sostener la emoción). Estas son las estrategias de afrontamiento de cada uno, algunas más adaptativas y otras menos, pero identificarlas va a hacer que mantenga las que me resultan útiles y que regule o trabaje sobre aquellas que provocan que se incremente mi sensación de malestar. 30
Con todo ello, el objetivo sigue siendo el mismo, lograr cambiar ese estado de ánimo que me está haciendo sentir mal, pero aceptándolo, comprendiendo que es necesario, normalizándolo y permitiéndome sentirlo el tiempo que necesite. Es importante escuchar a todas las emociones para poder prestar atención a lo que dicen, entenderlo y decidir qué hacer, si pasar a la acción para generar un cambio o dejar que se vayan y reflexionar sobre ello. Por lo tanto, os invito a que os dediquéis un tiempo a vosotros mismos para atender a vuestras emociones, agradables y desagradables, y que permitáis que os acompañen el tiempo necesario para aprender de ellas y avanzar.