Comprendiendo la vergüenza: Una emoción compleja y su impacto en nuestras vidas

¿Qué es la vergüenza?

La vergüenza es una emoción compleja que surge cuando nos sentimos expuestos o juzgados negativamente, ya sea por los demás o por nosotros mismos. Todos, en algún momento de nuestras vidas, la hemos experimentado. Se caracteriza por una sensación de incomodidad, humillación y desvalorización personal. A menudo, la vergüenza se relaciona con nuestras creencias y valores internos, lo que puede intensificar su impacto emocional.

Esta emoción se categoriza como autoconsciente. Esto quiere decir que aparece como respuesta a nuestro comportamiento a características de nosotros mismos, surgiendo cuando miramos para dentro.

Experimentar vergüenza es un desafío emocional único. A diferencia de otras emociones, convivir con ella resulta complicado, ya que no nos permite ser auténticos. Nos vemos atrapados por el temor constante de que descubran nuestras debilidades, las cuales son simplemente una manifestación de nuestra verdadera esencia.

La persona que experimenta vergüenza ha sentido, en algún momento de su vida, que no encajaba en lo que se considera “correcto”, quedando atrapada en esa experiencia. El miedo a ser descubierta o etiquetada como imperfecta es tan intenso que el bloqueo emocional le impide vivir plenamente. Esta situación la sumerge en la frustración de no poder alcanzar aquello en lo que anhela convertirse. No puede demostrar, ni siquiera a sí misma, que posee habilidades y capacidades plenas, y se sumerge en la sensación de una mediocridad que siente que no merece.

Como es esperable, la vergüenza está estrechamente ligada a otras emociones, como el miedo (como resultado de la anticipación) o la culpa (producto de la frustración generada por ese bloqueo protector). Además, se apoya en mecanismos como el perfeccionismo y el control, en un intento de superar el sentimiento de no ser lo suficientemente adecuado. Sin embargo, este mensaje de incorrección implica una falta de tolerancia y respeto hacia uno mismo. Esto impide la construcción de nuevas experiencias que permitirían una visión más amplia de uno mismo y la posibilidad de modificar la percepción del propio ser.

Es natural, por lo tanto, que a medida que aumenta esta falta de validación de quienes somos, se debilite la sensación de poder personal y la valentía necesaria para tomar las riendas de nuestra propia vida.

La visión de los demás como regulador de la autoestima completa un escenario de sufrimiento, en el cual se pierde la capacidad de escucharse a uno mismo, excepto a través de la queja por no alcanzar la perfección, que actúa como un salvavidas ante el posible desprecio o desvalorización.

 

Origen de la vergüenza

La vergüenza puede originarse en diferentes situaciones y contextos. Puede ser aprendida a través de la socialización y las normas culturales, donde ciertos comportamientos son etiquetados como inaceptables o “malos”. También puede surgir de experiencias traumáticas o situaciones en las que hemos sido objeto de crítica o rechazo. Es importante tener en cuenta que la vergüenza puede ser infligida por otros o autoimpuesta.

Al contrario que otras emociones que se manifiestan ya en la infancia temprana, la vergüenza y la culpa se desarrollan más tarde. La tendencia a la vergüenza se genera con más claridad en la adolescencia.

 

Manifestaciones de la vergüenza

La vergüenza puede manifestarse de varias formas, tanto a nivel emocional como físico. A nivel emocional, puede experimentarse como una sensación de culpa, tristeza, ansiedad o una disminución de la autoestima. Físicamente, la vergüenza puede provocar enrojecimiento facial, tensión muscular, una sensación de calor o una postura encorvada.

 

El impacto de la vergüenza en nuestras vidas

La vergüenza puede tener un impacto significativo en nuestra vida cotidiana y bienestar emocional. Puede generar sentimientos de inadecuación, aislamiento social, ansiedad y depresión. Además, la vergüenza puede limitar nuestro crecimiento personal y nuestra disposición para asumir riesgos, ya que el temor al juicio puede frenar nuestras acciones y limitar nuestras oportunidades.

 

Manejando la vergüenza de manera saludable

¿Juzgamos lo que nos avergüenza de la misma manera que juzgaríamos a otros en la misma situación? Si no nos avergonzaríamos de otra persona que haya pasado por lo mismo que nosotros o se sienta como nos sentimos, entonces no deberíamos avergonzarnos de nosotros mismos. Las normas son las mismas para todos, por lo que debemos acostumbrarnos a hacernos la pregunta: “¿Pensaría lo mismo de otra persona si estuviera en mi situación?” y usar esto como un punto de referencia más objetivo.

También es muy importante realizar un trabajo con la propia emoción. Para superar la vergüenza, debemos enfrentarla en lugar de evitarla. En lugar de huir, la confrontamos, la atravesamos y la dejamos atrás.

Muchas veces, nos dejamos llevar por lo desagradable de la emoción y evitamos activamente situaciones que nos generan vergüenza. Ahora, tenemos que coger una ruta alternativa. Para tener una relación sana con la vergüenza, es fundamental mirar a la vergüenza con la cabeza en alto y la mirada al frente. También ayuda a gestionarla el recordar situaciones en las que nos sintamos orgullosos, o recordando a personas que alguna vez nos mostraron que estaban orgullosas de nosotros. El orgullo es el antídoto de la vergüenza.

Si miramos de frente lo que nos genera esta sensación y no bajamos la cabeza ni apartamos la mirada, descubriremos que no pasa nada. Si seguimos en esa posición, veremos cómo la vergüenza se disipa. Esto tiene un efecto interesante: la vergüenza invasiva asociada a muchas situaciones diferentes se va reduciendo, limitándose a cosas muy concretas y volviéndose más pequeña y manejable. De este modo, nuestra vergüenza no determinará nuestras acciones. Será nuestro sentido común el que tome las decisiones, siempre escuchando lo que nuestras emociones nos dicen. La nueva reflexión podría ser, por ejemplo: “Me da vergüenza hablar en inglés porque aquella profesora que tuve en segundo grado me ridiculizó frente a toda la clase, pero ahora soy más maduro y puedo superarlo” o “no permitiré que esta persona me condicione, he logrado muchas cosas en mi vida y también puedo hacer esto”.

 

Puede surgir un problema en el otro extremo: no sentir vergüenza en absoluto. Esto puede llevarnos a ser socialmente inapropiados y tener dificultades para encajar en el grupo. Dado que la vergüenza nos hace estar pendientes de la reacción de los demás hacia nosotros, la ausencia de esta emoción puede hacer que sus opiniones nos resulten totalmente indiferentes. En las sociedades occidentales, esto se considera un valor, pero hasta cierto punto.

En este caso, tratemos de observar las reacciones de las personas, prestar atención a sus opiniones y plantearnos qué podrían pensar sobre nosotros y nuestras acciones.

El equilibrio saludable se encuentra en algún punto intermedio entre ambos extremos.

 

Referencias bibliográficas

González, Anabel (2020). Lo bueno de tener un mal día: Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor. Grupo Planeta.

Pubill, M.J. (2016) Guía para la intervención emocional breve: Un enfoque integrador. Ediciones Paidós.

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