Parte del crecimiento de los niños/as implica el desarrollo de emociones y sentimientos en ellos, siendo este factor uno de los que va a intervenir en diferentes aspectos de la vida de los niños/as, permitiéndoles adaptarse a los diferentes entornos en los que se van a ir encontrando como el familiar, el social, el escolar, y en un futuro más lejano el laboral.
Es importante comprender que los niños/as deben desarrollarse física, cognitiva, social y emocionalmente, entendiendo que estos aspectos están relacionados entre sí afectando de manera conjunta a la configuración de la personalidad. Estos primeros años de vida, son los que predisponen las bases sobre las que se va a ir construyendo. El ámbito familiar juega un papel clave en este aspecto, pero al ser esta etapa de crecimiento fundamental, el contexto escolar también influye en gran medida y resulta determinante.
Este crecimiento emocional hace referencia al término “inteligencia emocional”, entendido como la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar diferentes estados emocionales tanto en sí mismos como en los demás de manera adaptativa. Este tipo de inteligencia es la que se relaciona con las dimensiones emocional, afectiva y social. No implica estar siempre contento o evitar estados de ánimo considerados negativos como podrían ser la tristeza o el enfado, sino pasar por las diferentes emociones, reconociéndolas y aceptándolas. De todo esto, se desprende la necesidad de prestar atención e ir moldeando el tono afectivo que rodea su comunicación.
Gran parte de las decisiones se ven influenciadas por las emociones, lo que subraya la importancia de la inteligencia emocional. La educación en este aspecto permite que las personas sean más responsables, ya que como se ha mencionado tiene influencia directa sobre la toma de decisiones y gestión de las consecuencias de las mismas.
Fue Daniel Goleman, psicólogo, periodista y filósofo quien popularizó este concepto, dándole una gran valor al desarrollo emocional e incluso equiparándolo a la importancia que se le ha otorgado siempre al CI (Cociente Intelectual). A pesar de que fue él quien logró extender este término, otros investigadores habían mencionado su influencia años antes, como Salovey y Mayer.
Su desarrollo contribuye en gran medida al bienestar personal, y al mismo tiempo, reduce la probabilidad de que los niños/as lleguen a verse involucrados en situaciones de riesgo generadas por comportamientos conflictivos o violentos, a la par que ayuda a gestionar el estrés y estados de ánimo deprimidos.
Finalmente, en cuanto a los factores genéticos, hay autores que defienden que no está determinada por estos, mientras que otros consideran que hay niños con mayor predisposición lo que facilita su crecimiento emocional a largo plazo. A pesar de ello, coinciden en la posibilidad de aprender a responder de manera emocionalmente adaptativa en función de las experiencias vividas e independientemente de estos factores.
Goleman, D. (1996). Inteligencia Emocional. Editorial Kairos.
Fernández, A. M. y Montero, I. (2016). Aportes para la educación de la Inteligencia Emocional desde la Educación Infantil. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 14 (1), 53-66.
No es posible silenciar lo que se siente y se percibe. Lo que no se nombra, desde el silencio… desorganiza la vida, los sentimientos y la inteligencia de los niños.
ME QUEDO CON ESTA CITA.