El Trastorno de Ansiedad Social (TAS), también conocido como Fobia Social, viene caracterizado por un intenso miedo y elevada ansiedad durante al menos seis meses, ante determinadas situaciones sociales donde la persona se expone a ser valorada de forma negativa por los demás (APA, 2013).
Las personas con sintomatología de TAS llevan a cabo conductas de escape y evitación en este tipo de situaciones, con el fin de reducir su malestar pero generando consecuencias funcionales tales como impedimentos a la hora de trabajar, mantener relaciones y vínculos emocionales, oportunidades y nuevas experiencias, mermando así, la capacidad y autonomía del individuo (APA, 2013; García 2013).
Los principales factores que acompañan a la aparición de este trastorno están relacionados con relaciones con los iguales, características de personalidad del propio niño, así como eventos estresantes experimentados por el individuo. Asimismo, se cree que los condicionamientos vicarios y clásicos, transmitidos por el familiar -estilos parentales de educación o patrones de conducta de los padres-, tienen un peso significativo en el aprendizaje y el mantenimiento de este tipo de fobia (García, 2013). Así, se evidencian características temperamentales premórbidas -inhibición, sumisión, timidez, retraimiento o asertividad inadecuada- en la niñez, las cuales suelen preceder al desarrollo del TAS (Hirshfeld-Becker et al., 2007). Sin embargo, será en la etapa adolescente, donde exista mayor riesgo de desencadenar esta sintomatología (Lerner & Steinberg, 2013).
En cuanto a la epidemiología del TAS, la prevalencia estimada varía en función de la edad, decreciendo cuanto mayor es el individuo (APA, 2013). Muchos estudios revelan que el inicio de este trastorno, oscila entre los 13 y los 17 años, etapa en la que se produce el desarrollo de la identidad y la madurez cognitiva de las personas. La misma etapa donde la aprobación social, las criticas y valoraciones por parte de los demás son habituales (García, 2013). Por otro lado, en cuanto al género, el meta-análisis desarrollado por McLean & Anderson (2009), apunta a que las mujeres pueden presentar mayores niveles de sintomatología de ansiedad social que los hombres en la población general (alrededor del 3:2; Furmark, 2002).