Hasta hace unas décadas se pensaba que todas nuestras decisiones se tomaban desde la lógica y nuestro lado más racional, pero ahora se ha demostrado que hasta el 95% de ellas están influenciadas por las emociones. Es más, se ha visto que personas con un alto cociente intelectual pero un bajo “cociente emocional” toman peores decisiones que las personas con un alto “cociente emocional”.
Es así, que se definió la inteligencia emocional como, “la habilidad para percibir con exactitud, valorar, comprender, expresar y regular las emociones, y usarlas para facilitar el pensamiento, el crecimiento emocional y el intelectual” (Salovey y Mayer, 1997).
En la construcción de esta inteligencia emocional existen varios pasos que hay que dar para que se vaya formando esta inteligencia emocional:
- Percepción y Expresión Emocional: Involucra la habilidad para reconocer, valorar y comunicar emociones de manera precisa. Ser capaces de dar nombre a lo que sentimos es fundamental y la base para el desarrollo de la inteligencia emocional.
- Facilitación Emocional: Se relaciona con la capacidad de acceder a las emociones cuando son útiles para el pensamiento. En situaciones en las que debemos tomar decisiones, conectar con la emoción que nos hace sentir cada una de nuestras opciones puede resultarnos una pista valiosa sobre cuál es el camino correcto.
- Comprensión Emocional: Implica ser capaz de identificar qué situaciones específicas generan emociones particulares y complejas. Esto significa que podemos sentir emociones contradictorias en una misma situación: puedes querer a tu madre, pero en una situación de conflicto llegar a odiarla. O puede darse la situación en la que, por haber tenido un disgusto en el trabajo, llegues a casa y lo “pagues” con tus familiares enfadándote con ellos, sin llegar a comprender de dónde proviene este sentimiento.
- Regulación Emocional: La regulación emocional es la habilidad de manejar y ajustar nuestras emociones de manera que promueva el crecimiento tanto emocional como intelectual. Precisa de una apertura a los sentimientos, siendo capaces de atraer o distanciar la emoción para que nos sea útil a la hora de afrontar las distintas situaciones de la vida.
La dificultad en el desarrollo de las habilidades necesarias para alcanzar estos estadios es cada vez mayor. Por lo tanto, hay personas que no llegan a alcanzarlos, o por lo menos, no sin ayuda externa. Es aquí donde entra en juego el papel de la educación emocional, que nos ayudará en nuestra búsqueda de bienestar psicológico y desarrollo de competencias sociales. Se trata de un trabajo de autoconocimiento que puede realizarse durante todas las etapas de la vida y resultar muy beneficioso para enfrentar todos los desafíos que vayan llegando a nuestras vidas.