La pareja

¿Qué es y qué elementos lo conforman?

La pareja es un sistema formado por dos personas procedentes de familias distintas, que deciden vinculares afectivamente para compartir un proyecto común, lo que incluye apoyarse mutuamente en un espacio donde se excluye  a otros. Es una de las relaciones más intensas que se pueden establecer fuera de la familia de origen y se comparten expectativas respecto al futuro. Son relaciones muy complejas, ya que cada uno aporta sus propios pensamientos, emociones, acciones, recuerdos y vivencias (Linares y Campo, 2002).

La intimidad es un valor que ocupa un lugar muy alto en la jerarquía dentro de los objetivos buscados en la pareja. Habitualmente, cuando a las personas se le pregunta el  objetivo a la hora de elegir a su  pareja, la respuesta más común suele ser tener a alguien que les escuche y les entienda, es decir, tener un espacio donde puedan expresarse sin miedo a ser juzgados (Markman y Hahlweg, 1993). La relación íntima  donde uno se abre al otro a través de esa comunicación, creando una base de confianza y complicidad entre ambos (Castilla, 1989). La circularidad es la base de lo que forma la relación ya que las conductas  de unos regulas la conducta de la otra parte y así interactúa constantemente. Cuando surgen los conflictos dentro de la pareja, habitualmente no hay acuerdo respecto a quien ha empezado la secuencia que deriva en pelea y esto puede crear un conflicto con una determinada duración en el tiempo. Otro aspecto que forma la pareja es la jerarquía. Aquí distinguimos la simetría, es decir, la igualdad de condiciones  a la hora de tomar responsabilidades y la complementariedad, la presencia de un acuerdo implícito en que uno de los miembros se sitúa en una posición de superioridad con respecto al otro. La pareja puede funcionar bien si hay un acuerdo en la forma de llevar la jerarquía sin caer en los polos extremos como  la confrontación permanente (simetría) o en la dependencia y en la desigualdad (complementariedad). La adaptabilidad es la habilidad de cambiar según los contextos o etapas evolutivas (hijos, casa, etc.). Esta flexibilidad, ayuda a que se mantenga la cohesión a pesar de las dificultades derivadas del entorno o de los cambios. Lo contrario sería una pareja rígida, donde hay severas dificultades para adaptarse al cambio (Linares y Campo, 2002).

Los conflictos en la pareja

Epstein, Baucom, Tankin y Burnett (1991) establecieron que los conflictos en la pareja surgen alrededor de ciertas áreas. Por un lado, está la intimidad, donde los conflictos afectan en los elementos del área de la expresión de afecto como el sexo, los ritos, las caricias etc. Por otro lado, el compromiso es otro elemento que puede ser afectado debido  a que el esfuerzo conductual que se realiza para mantener o mejorar la relación, y hacer feliz al otro disminuyen. La dominancia en relación al balance del poder en la toma de decisiones como el dinero, el uso de tiempo libre, la interacción con la familia de origen, etc. puede ser otro aspecto conflictivo. Tal como se ha mencionado anteriormente en relación a la jerarquía, esto no debe de ser necesariamente una fuente de problemas ya que, a veces, esta repartición de poderes puede llegar ser deseable o puede llevar a la homeostasis en la pareja.  En cambio, cuando no hay un acuerdo implícito en la repartición de poderes, pueden darse relaciones basados en las confrontaciones constantes o en las relaciones desiguales. Cuando el conflicto aparece, se ponen en marcha los recursos o habilidades personales para afrontarlos desde la capacidad de cada uno. Cuando esto no es posible, el conflicto se agrava y se perpetúa.  La falta de comunicación se convierte en la forma interactuar dentro de la pareja, dañando los elementos mencionados anteriormente ( la intimidad, el compromiso o el balance de poder).

El apego en las familias de origen, es un elemento determinante ya que la manera de interactuar en la infancia con la familia de origen se traslada al ámbito de la pareja. El comportamiento adulto está moldeado por las representaciones mentales de los cuidadores primarios (Hazan y Shaver, 1987).  Las personas con  una visión positiva de sí mismas experimentan poca ansiedad ante  el rechazo o de abandono, dado que se consideran dignas de ser amadas y cuidadas. Por el contrario, aquellas personas que poseen una visión negativa de sí mismas manifiestan preocupación y temor frente al abandono (Bowlby, 1969).

Dejando de lado la perspectiva sistémica, Willi (2002) distingue las actitudes regresivas y las actitudes progresivas. En las actitudes regresivas, las personas buscan personas con las que puedan mantener una relación de dependencia desde una posición infantil. Hay varias razones que pueden llevar a la persona a buscar este tipo de relaciones. Una razón puede ser que en su familia de origen cualquier intento de independencia era castigado. Otras razones pueden ser la carencia en la satisfacción de las necesidades básicas durante la infancia o la sobreprotección. Estas personas sienten que la relación de pareja debe de aportar aquello que se les ha negado o siente de la obligación de recibir aquello que se les ha dado siempre en exceso. Por el contrario, el la actitud progresiva, se busca ser el adulto en la pareja, evitando toda conducta que pueda tacharse de infantil como la necesidad de ayuda o la dependencia, esforzándose por parecer fuertes y maduros reafirmándose como salvador/a o el/la líder de la relación para compensar su propia inmadurez. En este caso, al niño o  niña no se le ha permitido mostrar debilidad,  trasladando esos ideales a la pareja o, por el contrario, ha sido mimado demasiado y trata de mostrar una conducta madura mediante la sobrecompensación. Ninguna de estas dos actitudes tiene como base una personalidad madura, por lo que pueden llegar a tener conflictos en sus relaciones de pareja o formar relaciones sin una base sólida.

Referencias

Baucom, D. H., Epstein, N., Daiuto, A. D., Carels, R. A., Rankin, L. A., & Burnett, C. K. (1996). Cognitions in marriage: The relationship between standards and attributions. Journal of Family Psychology, 10(2), 209-222.

Bowlby, J. (1969). El vínculo afectivo. Buenos Aires, Argentina: Paidós

Campo, C y Linares J.L (2002). Sobrevivir a la pareja: Problemas y soluciones. Ed. Planeta

Castilla, C. (1989). Confidencialidad. En C. Castilla (ed.). De la intimidad, Barcelona: Crítica, 97-118

Hazan, C. y Shaver, P. (1987). Romantic love conceptualized as an attachment process. Journal of Personality and Social Psychology, 52, 511-524.

Markman, H. J., y Hahlweg, K. (1993). The prediction and prevention of marital distress: An international perspective. Clinical Psychology Review, 13(1), 29-43.

Willi, J. (2002). La pareja humana. Relación y conflictos. Ed. Morata

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