EL PODER SANADOR DE UN “LO SIENTO”

A lo largo de nuestra vida todos y cada uno de nosotros vamos a dañar en algún momento a nuestros seres queridos, ya que, nos guste o no, cometer errores es algo inherente al ser humano, al propio proceso de vivir y también a las interacciones sociales. En este sentido, si bien el pedir perdón ante los errores cometidos es una acción necesaria que nos permite mejorar sustancialmente nuestras relaciones y avanzar tanto en nuestra vida personal como profesional, también es una acción difícil para la gran mayoría de nosotros, pudiendo resultar en algunos casos no solo incómoda, sino también dolorosa. Sin embargo, también es cierto que esto no hace que sea una acción menos valiosa o necesaria en nuestra vida, dado que como veremos más adelante conlleva beneficios emocionales para ambas partes, tanto para quien expresa la disculpa como para quien la recibe.

 

Desde la perspectiva psicológica, el hecho de disculparnos implica un acto de responsabilidad afectiva con el otro. Es decir, nos permite reconocer nuestras propias acciones y el impacto que éstas (lo que hacemos y lo que decimos) conllevan en los demás. Esto es así, debido a que, al pedir perdón, demostramos que somos capaces de ser conscientes de nuestras fallas y que estamos dispuestos a asumir la responsabilidad de nuestros errores. De algún modo, todo ello implica el reconocer que los vínculos que establecemos con otros implican un acuerdo implícito de cuidado mutuo, que de algún modo hemos roto dicho acuerdo y que queremos invertir nuestro esfuerzo en reparar el vínculo.

 

Por un lado, cuando somos nosotros mismos los que pedimos perdón, podemos sentir una liberación del peso de la culpa por haber actuado de un modo que no consideramos adecuado. Pedir disculpas ayuda a reducir la disonancia cognitiva o la falta de coherencia que sentimos tras ser conscientes de que hemos actuado de un modo que no se corresponde con nuestros valores personales. La reducción de esa disonancia suele ayudar a sentirnos mejor y a superar el remordimiento que podemos experimentar después de haber herido a alguien. Por otro lado, cuando somos la persona que recibe la disculpa, esto también suele generarnos un efecto sanador. Al disponer de un espacio para expresar nuestras emociones y pensamientos en el que sentirnos escuchados y, posteriormente, escuchar una disculpa sincera, sentimos que la otra persona reconoce el daño que hemos sufrido y muestra preocupación por nuestro malestar emocional. De algún modo, lo que ocurre es que la otra persona valida nuestras emociones y acepta que su forma de actuar nos ha dañado, lo cual en sí mismo también suele producir una sensación de alivio.

 

Todo ello puede dar pie a que se restaure la confianza en la relación y a promover una comunicación abierta y honesta entre las personas implicadas, lo cual en su conjunto puede ayudar incluso a que se fortalezca la relación. En este sentido, siempre que sea posible, conviene que cuando seamos la persona que pide disculpas propongamos soluciones para remediar el daño causado y, por supuesto, que aprendamos de la experiencia para evitar cometer el mismo error en el futuro. De lo contrario, nuestra palabra y nuestro perdón dejará de tener un significado o un valor para nuestro ser querido.

 

Es importante tener en cuenta, además, que pedir perdón no siempre significa que la otra persona deba perdonarnos. Es posible que la otra persona no esté lista para perdonar o que necesite más tiempo para procesar sus emociones. En este caso, lo importante es mostrar empatía y respeto por sus sentimientos, y estar dispuestos a trabajar en la relación en el futuro si la otra persona llega a mostrarse dispuesta.

 

Para concluir, no debemos olvidar que el pedir perdón constituye una habilidad social como cualquier otra y que, como tal, puede desarrollarse a través de la observación de otros y también de la práctica. No obstante, en algunos casos es posible que pueda requerirse de un trabajo en mayor profundidad que permita identificar e intervenir sobre aquellas creencias que pueden estar impidiendo que esta habilidad social sea puesta en práctica como, por ejemplo, la creencia de que pedir perdón implica perder una lucha, nos sitúa en una posición inferioridad respecto a la otra persona, o nos hace mostrarnos vulnerables ante los demás. Sea cual sea tu situación, si sientes que la dificultad para pedir perdón está dañando relaciones que para ti son importantes, podemos ayudarte.

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