El dolor crónico: un compañero exigente

El dolor más común es el asociado a causas físicas. Una herida, la rotura de un hueso, una quemadura, dolores de tripa o de cabeza… Situaciones comunes y que a todos se nos hacen conocidas. Condiciones que a priori, se pueden llegar a hacer conocidas y que rápidamente asociamos a una temporalidad, las heridas curarán, los huesos se reconstruirán, los dolores de cabeza o de tripa mitigarán… ¿Pero qué pasa cuando este dolor físico queda perpetuado por factores psicológicos?
Aquí es donde entra en juego uno de los nombres cada vez más sonados: dolor crónico. Este es un estado consecuencia de afecciones como la migraña, la fibromialgia o la artritis, razones neurológicas o incluso a consecuencia de ciertas operaciones. Condiciones que llevan a la persona a un importante malestar que tiende a afectar a todas las facetas de su vida, desde el trabajo hasta las relaciones sociales. Y aunque es difícil determinar las causas, el funcionamiento o la experiencia subjetiva del dolor (hay diferencias en cuanto a la constancia o la intensidad del dolor), lo que sí que es una afirmación clara es que el dolor es muy incapacitante. De hecho, el dolor crónico es una de las principales causas de discapacidad.
Y es que estas personas viven con un acompañante. Este acompañante no se separa de ellos en ningún momento, está ahí cuando comen, cuando van a la compra o cuando se van a la cama. Además, es un acompañante que le gusta llamar la atención así que a cada cosa que pretendan hacer, ahí estará él llamándolos: “¡mírame! ¡estoy aquí! ¡hazme caso!”. Difícil realizar cualquier tarea cuando este acompañante tan exigente no quiere despegarse de su lado.
Y aunque físicamente se tenga ese malestar, psicológicamente también tiene consecuencias. Y es que la experiencia del dolor suele estar modulada por aspectos subjetivos y personales. De hecho, el malestar emocional puede hacer que la voz del acompañante se escuche más alta, en ocasiones teniendo tanto volumen que no se puede escuchar nada más alrededor. Lo mismo ocurre en el caso contrario, el bienestar emocional puede hacer que esta voz sea más leve, lo que ayudaría a que la persona pueda controlar a su acompañante, y por lo tanto sentirse más capaz de cumplir sus tareas.

¿Cómo se consigue modular el volumen del acompañante?

Modular el dolor desde un principio es complicado, el proceso de estas personas es largo. El punto más importante y que supondría un transversal en todo el proceso y una de las cuestiones más importantes cuando el dolor crónico comienza es la aceptación. Este proceso se vuelve complicado teniendo en cuenta que las personas estamos programadas para huir de las situaciones que nos provocan dolor. Es complicado y laborioso para la persona sobrellevar la frustración que, aunque su tendencia sea evitar el dolor, éste va a permanecer acompañándole.
Por otro lado, también es importante rebatir y luchar con creencias y pensamientos automáticos comunes en esta condición. Pensamientos como “nunca volveré a ser el que era”, “jamás conseguiré controlar este dolor tan abrumante”, “no quiero que ésta sea mi nueva forma de vida” o “con este dolor ya no puedo hacer nada de lo que antes hacía, soy una inútil” hacen que el dolor se vuelva grande. Y como suele ocurrir, como la consecuencia de estos pensamientos ha sido que el dolor aumente, quedan reforzados, y el sentimiento de inutilidad de la persona se vuelve un eje.
Otro de los puntos clave son las alternativas conductuales. Resulta importante que la persona adopte hábitos de vida saludable como una buena higiene del sueño, rutinas en las comidas, hacer ejercicio físico…; que busquen aquellas experiencias que les resulten agradables y buscar momentos de distracción. Estas actividades ayudan con el bienestar de la persona, y tal y como hemos ejemplificado antes, el bienestar emocional hará que el altavoz del dolor baje el volumen, y ayudará a que las personas tengan un mayor control sobre la modulación de éste.