Se aproxima la Navidad, y con ella, el momento de reencuentro con familiares y/o amigos que viven lejos. Pero… además de ser unas fechas de disfrute con los más cercanos, para las personas que han vivido la muerte de un ser querido recientemente, pueden ser fechas en las que los síntomas de duelo se intensifiquen o afloren puntualmente. Y al hablar de la muerte, nos surgen los siguientes interrogantes: ¿cómo viven o entienden los niños y adolescentes la pérdida de seres queridos?, ¿cuándo hay una pérdida significativa, somos honestos con ellos y les contamos lo ocurrido?
Lo cierto es que la muerte es un hecho al que todos los seres humanos nos enfrentaremos en algún momento, ya que desde que nacemos estamos expuestos a la misma. Sin embargo, nos resulta complicado hablar de ello y más aún cuando se trata de comunicárselo a nuestros niños y/o adolescentes.
En ocasiones, tal vez guiados por el miedo, elegimos no contarles nada o darles explicaciones erróneas para tratar de protegerlos. Sin embargo, lo que necesitan es ser honestamente atendidos para poder así hablar sobre sus miedos, sobre su dolor y sobre las dudas que les puedan surgir. Además, acudir a los rituales, les ayudará a hacer real la muerte del ser querido.
El apoyo emocional que les ofrezcamos los adultos en los primeros momentos de la pérdida es fundamental, pues la forma en la que la vivan la primera experiencia condicionará la forma en la que vivan las siguientes.
Es común que los niños sientan emociones como culpa, tristeza, ansiedad o enojo. Aunque, la forma de expresar sus sentimientos dependerá de la edad y desarrollo del niño. Así, la capacidad para procesar lo ocurrido y afrontar los sentimientos dependerá del nivel de comprensión del niño en cuanto a los siguientes conceptos sobre la muerte: causalidad (causas de la muerte), irrevocabilidad (la muerte es definitiva, no se puede anular), irreversibilidad (permanencia de la muerte) e inevitabilidad (la muerte es universal, es para todos los seres vivos):
0-3 años: En estas edades no entienden la muerte, pero perciben lo que la persona que los cuida siente. Es importante reconocer las propias necesidades emocionales. Así como, mantener las rutinas en la medida de lo posible.
3-7 años: En esta etapa ven la muerte como algo temporal y, por tanto, reversible. Aunque los mensajes deben ser claros: el ser querido ha muerto; no lo volveremos a ver, seguirán preguntando, pues no entienden la muerte como algo definitivo. A estas edades, pueden expresar los sentimientos, pensamientos y miedos a través del juego y en momentos inesperados.
Algunos niños podrían tener ataques de ira, otros, comportamientos asociados a la regresión: chuparse el pulgar, hablar como bebés…
7-10 años: En este periodo ya pueden entender el concepto de muerte y saben que es un hecho irrevocable, pero no que es universal. Es importante ofrecerles oportunidades para que hablen de sus sentimientos, aunque sigue siendo importante el juego como forma para expresar sus sentimientos.
Pueden sentir culpa, tener dificultades para concentrarse, pensamientos recurrentes sobre la muerte y problemas para dormir. También pueden tener reacciones físicas como dolor de estómago o de cabeza.
Adolescentes: En esta etapa la muerte se entiende como en la adultez, aunque es importante animarlos a que expresen el dolor de manera saludable: puede ser hablando, escribiendo, relajándose, realizando ejercicio, y, en caso necesario, pidiendo ayuda. Pueden sentir culpa, enfado o tristeza, y como comienzan a pensar de forma abstracta, es posible que piensen en el sentido de la muerte y de la vida. Algunos adolescentes pueden retrotraerse, otros llevar a cabo conductas de riesgo como la autoagresión o los consumos.
Es importante que los responsables de los niños y adolescentes presten atención a las respuestas a la muerte, por si, en caso de tener reacciones excesivamente intensas o que se prolonguen en el tiempo, pudieran necesitar la ayuda de un profesional.
Bibliografía
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