Un objetivo claro en los profesionales sanitarios es la calidad de vida en las personas que acuden a pedir nuestra ayuda. Sin embargo esta búsqueda puede dificultarse por varios factores que influyen en el componente completo de las personas con las que trabajamos. Para comprender esto nos tenemos que fijar en una de las definiciones más extendidas sobre la ansiada calidad de vida, la definición dada por Schalock y Verdugo:
“Un estado deseado de bienestar personal compuesto por varias dimensiones centrales que están influenciadas por factores personales y ambientales. Estas dimensiones centrales son iguales para todas las personas, pero pueden variar individualmente en la importancia y valor que se les atribuye. La evaluación de las dimensiones está basada en indicadores que son sensibles a la cultura y contexto en que se aplica”.
De esta definición se implicitan dos factores que interfieren en la calidad de vida: los personales y los ambientales. Es decir, en el trabajo que desempeñamos, no siempre es fácil lograr este objetivo, porque aunque intentemos potenciar la calidad de vida en aquellos aspectos personales, muchas veces no tenemos mucho margen de actuación con los ambientales.
Por eso se hace tan relevante el trabajo con aquellas personas en situación de vulnerabilidad en cuanto a la calidad de vida. En los que me quiero centrar en este post son en las personas con la condición de discapacidad intelectual. Estas personas, que a pesar de tener ciertas dificultades que a priori pudiesen parecer dificultosas de asumir desde la calidad de vida, desde luego que aun queda mucho margen de actuación.
Y es que la mirada a estas personas ha podido estar cargada de prejuicios o estigmas en lo que refiere a estas personas. Sin embargo, como bien decimos, no dejan de ser personas. Personas únicas, con diferentes habilidades, gustos, intereses… personas únicas al fin y al cabo, y que muchas veces se quedan escondidas detras de un diagnóstico.
Es posible que centrar el cuidado en el aspecto humanista que pudiera suponer la persona a pesar de la discapacidad intelectual no suponga una mejoría notable en cuanto a los factores ambientales de la calidad de vida, pero desde luego que se potenciarían otros muchos relacionados con el bienestar emocional: las relaciones interpersonales, la promoción de una identidad, la inclusión en la sociedad (trabajo, educación…), autoestima y autoeficacia…
Desde luego que este enfoque potencia muchos aspectos positivos. Las celdas que puede resultar el estigma o la perspectiva de incapacidad quedarían inútiles entre aquellos individuos que quisiesen desarrollarse y potenciarse más.