A lo largo de nuestra vida todos y cada uno de nosotros hemos tenido, y seguiremos teniendo, que hacer frente a diferentes situaciones estresantes. Sin embargo, lo que para una persona puede ser estresante puede que no lo sea para otra, y viceversa. Entonces, ¿de qué depende que percibamos una situación como estresante o no? Pues depende de la valoración subjetiva y personal que hagamos de la situación en concreto. A modo general, podemos decir que percibimos como estresantes aquellas situaciones que valoramos como amenazantes o perjudiciales para nuestro bienestar físico o mental. Sin embargo, mientras que llegar a un consenso sobre aquellos eventos que amenazan nuestro bienestar físico no sería extremadamente complicado, llegar a un consenso sobre aquellas situaciones que amenazan nuestro bienestar mental sería bastante más difícil. Esto es debido a que solemos valorar como amenazantes o perjudiciales para nuestro bienestar aquellas situaciones que creemos que superan nuestros recursos personales, siendo los recursos mentales, emocionales y cognitivos muy variables en función de la persona. A pesar de ello, la literatura científica ha sido capaz identificar algunos de los grandes estresores en la vida de las personas y de jerarquizarlos según el impacto emocional que éstos pueden producir en un orden de valores de 0 a 100 (de Rivera, Revuelta y Morera, 1983):
¿Qué estilos de afrontamiento existen?
Afrontar una situación estresante implica dedicar esfuerzos cognitivos o conductuales dirigidos a gestionar aquella situación externa o interna que ha cambiado y la cual se considera que excede los recursos de la persona (Lazarus & Folkman, 1984). A día de hoy se han identificado dos estilos de afrontamiento principales, siendo estos el afrontamiento basado en el problema y el afrontamiento basado en la emoción.
Por un lado, en el estilo de afrontamiento basado en el problema la persona se esfuerza en buscar posibles soluciones a la situación estresante para, posteriormente, poner la solución seleccionada en práctica (Folkman y Lazarus, 1984). Por ejemplo, si hemos discutido con una persona, y nos sentimos preocupados por ello, hablar de nuevo con dicha persona para resolver la situación puede ser una forma de realizar un afrontamiento basado en el problema. Otros ejemplos podrían ser invertir más tiempo en estudiar para un examen complicado o buscar un nuevo empleo si nos encontramos a disgusto con el actual. De este modo, en todas y cada una de las situaciones descritas, se estaría haciendo algo para modificar la propia situación estresante y/o reducir las consecuencias asociadas a esta.
Por el contrario, el estilo de afrontamiento basado en la emoción se centra en gestionar la angustia emocional provocada por la situación estresante, no realizándose un afrontamiento directo del problema (Folkman y Lazarus, 1984). Dentro de este estilo de afrontamiento es importante diferenciar entre el afrontamiento basado en emociones positivas y el afrontamiento basado en emociones negativas (Chen, Peng, Xu y O’Brien, 2018). El primero de ellos incluye la utilización de estrategias como expresar los pensamientos, sentimientos y emociones asociados a la situación problema, fortalecer los vínculos con los demás, confiar en que los demás harán lo correcto, suprimir respuestas impulsivas iniciales, realizar ejercicios para controlar el estrés, permitirse disponer de tiempo libre, desconectar del problema u ofrecer apoyo emocional a otros. En contraste, el segundo de ellos implicaría la utilización de estrategias como culpar a otros o tratar de hacerles sentir culpables, expresar hostilidad, confrontar, gritar, maldecir, imaginar diferentes formas en las que tomar represalias o no desconectar del problema.
¿De qué depende que se utilice un estilo de afrontamiento u otro?
Se han identificado diferentes factores que repercuten en la utilización del afrontamiento basado en el problema o la emoción. Así, los rasgos de personalidad, el sexo al que se pertenece y el tipo de estresor ejercen un papel importante.
En lo que respecta a la personalidad, rasgos de personalidad positivos como la extraversión, la responsabilidad o la apertura a nuevas experiencias se han asociado al afrontamiento basado en el problema, mientras que rasgos de personalidad como el neuroticismo o la agradabilidad se han relacionado con el afrontamiento basado en la emoción (Connor-Smith y Flachsbart, 2007; O’Brien y DeLongis, 1996; Penley y Tomaka, 2002; Watson y Hubbard, 1996).
En relación al sexo, diversos estudios señalan que las mujeres suelen utilizan en mayor medida el afrontamiento basado en la emoción, mientras que los hombres suelen utilizar más el afrontamiento basado en el problema (Matud, Bethencourt e Ibáñez, 2015).
En cuanto al tipo de estresor, el afrontamiento basado en el problema suele utilizarse especialmente para resolver aquellas situaciones sobre las que tenemos cierto nivel de control, mientras que el afrontamiento basado en la emoción suele utilizarse en aquellas situaciones que están al margen de nuestro control. Así, por ejemplo, en el caso de la independización del hogar por parte de un hijo sería posible realizar un afrontamiento basado en el problema con el objetivo de reducir el impacto emocional de la situación (por ejemplo, estableciendo momentos en los que encontrarse con él o manteniendo contacto telefónico o por videollamada con cierta frecuencia). Sin embargo, este tipo de afrontamiento no sería posible ante el fallecimiento de un familiar al no quedar bajo nuestro control la opción de mantener el contacto con él, siendo en este caso necesario realizar un afrontamiento basado en la emoción. Por otro lado, tenemos que tener en cuenta que nuestra percepción acerca de la capacidad de control que podemos ejercer sobre un evento incluye cierto componente subjetivo, es decir, que no siempre que consideramos que algo se encuentra fuera de nuestro control esto es realmente así. Es por ello que antes de seleccionar el tipo de afrontamiento a utilizar, conviene que nos detengamos a valorar de la manera más objetiva posible el grado de control que podemos ejercer sobre el evento estresante en cuestión.
Algunos estudios han señalado también que el estilo de afrontamiento cambia a lo largo de la vida, utilizándose con mayor frecuencia el estilo de afrontamiento basado en el problema durante la juventud y la edad adulta y el estilo de afrontamiento basado en la emoción durante la vejez. Sin embargo, se cree que esto puede deberse a un cambio en el tipo de estresores asociados a cada etapa de la vida. Así, en personas de avanzada edad suele producirse un incremento de la aparición de enfermedades de tipo crónico (artritis, diabetes, enfermedades cardiacas, etc.) y de dificultades en la realización de actividades del día a día, no existiendo una cura o solución a este tipo de problemas y siendo, por tanto, la única alternativa posible realizar un afrontamiento basado en la emoción (Chen, Peng, Xu y O’Brien, 2018).
¿Qué estilo de afrontamiento es más adecuado?
Tradicionalmente, el tipo de afrontamiento basado en el problema se ha considerado adaptativo, al contrario que el afrontamiento basado en la emoción, habiéndose relacionado este último con afecciones emocionales como la depresión y la ansiedad (Chen, Peng, Xu y O’Brien, 2018). Sin embargo, en este caso es importante diferenciar entre el afrontamiento basado en emociones positivas, el cual se asocia con el bienestar emocional, y el afrontamiento basado en emociones negativas que sí se asocia con el malestar emocional y una peor salud mental. Por tanto, en función del tipo de afrontamiento basado en la emoción que utilicemos éste podrá ser adaptativo para hacer frente al evento estresante en cuestión o absolutamente todo lo contrario. En definitiva, se podría decir que siempre que la situación lo permita y que los riesgos asociados no sean excesivamente elevados, el afrontamiento basado en el problema podría ser la opción más adaptativa, seguido del afrontamiento basado en emociones positivas, debiéndose evitar en la medida de lo posible el afrontamiento basado en emociones negativas.
Bibliografía
Lazarus, R. S., & Folkman, S. (1984). Stress, appraisal, and coping. Springer publishing company.
Chen, Y., Peng, Y., Xu, H., & O’Brien, W. H. (2018). Age differences in stress and coping: Problem-focused strategies mediate the relationship between age and positive affect. The International Journal of Aging and Human Development, 86(4), 347-363.
de Rivera, G., Revuelta, J. L., & Morera Fumero, A. (1983). La valoración de sucesos vitales: Adaptación española de la escala de Holmes y Rahe. Psiquis, 4(1), 7-11.
Matud, M. P., Bethencourt, J. M., & Ibáñez, I. (2015). Gender differences in psychological distress in Spain. International Journal of Social Psychiatry, 61(6), 560-568.
Penley, J. A., & Tomaka, J. (2002). Associations among the Big Five, emotional responses, and coping with acute stress. Personality and individual differences, 32(7), 1215-1228.
Watson, D., & Hubbard, B. (1996). Adaptational style and dispositional structure: Coping in the context of the Five‐Factor model. Journal of personality, 64(4), 737-774.
Connor-Smith, J. K., & Flachsbart, C. (2007). Relations between personality and coping: a meta-analysis. Journal of personality and social psychology, 93(6), 1080.
O’Brien, T. B., & DeLongis, A. (1996). The interactional context of problem‐, emotion‐, and relationship‐focused coping: the role of the big five personality factors. Journal of personality, 64(4), 775-813.
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