El comienzo de un nuevo año puede traer consigo el inicio de una nueva etapa, un nuevo trabajo, un nuevo proyecto de vida o profesional, el establecimiento de nuevos objetivos vitales, nuevas rutinas, adopción o desempeño de nuevos roles, etc. en definitiva, eventos y desafíos que conllevan cambios en nuestro día a día.
Desde un prisma psicológico, vemos que los cambios pueden darse en multitud de contextos, situaciones y direcciones. A lo largo de la vida las personas atravesamos numerosas transiciones, las cuales conllevan cambios vitales significativos que pueden implicar tanto pérdidas (pérdida de relaciones, de roles, de funciones, etc.) como ganancias a nivel psicológico y afectar a nuestra salud mental. Por ello, los procesos de adaptación a los cambios son considerados aspectos nucleares para nuestra salud psicológica; de modo que, la forma en que afrontemos, integremos y nos adecuemos a esos cambios influirá de forma importante en nuestro bienestar psicológico.
Generalmente, no todas las personas suelen pasar por las mismas transiciones a lo largo de su vida, en este sentido, existen diferencias interindividuales. Esto es así porque los cambios y transiciones que debe afrontar cada persona están moldeados por la cultura en la que estamos inmersas, nuestra historia, la sociedad en la que vivimos y la historia biográfica de cada persona. Adicionalmente, los factores mencionados junto con algunos más, también contribuyen a cómo vivimos las transiciones, es decir, si las vivimos como algo positivo, como algo negativo, como imposiciones, esperables, inevitables, incontrolables, etc. Sea como sea, se trata de momentos de gran vulnerabilidad psicológica; ya que, tengan una valencia positiva o negativa, sean esperables o sorpresivas, lo cierto es que las transiciones son una fuente generadora de estrés. Pueden ocasionar un gran impacto psicológico (riesgo de desarrollar problemas emocionales, etc.) y potencialmente también pueden repercutir a nivel físico (debilitamiento del sistema inmune a causa del estrés generado, etc.). Si bien, es verdad que el efecto puede ser de diferente magnitud en función de la cantidad y la calidad de los recursos con los que cuente la persona: recursos psicológicos, recursos materiales y recursos sociales.
Existen diversas estrategias psicológicas y estrategias terapéuticas que pueden ser facilitadas por las profesionales de la psicología y que pueden contribuir a amortiguar el impacto que los cambios pueden generar, a saber:
- La prevención que se centra en la anticipación de los cambios, la ampliación de áreas que proporcionan refuerzo, el fomento de la diversidad de valores y roles que puedan mejorar las habilidades de adaptación, etc.
- La preparación psicológica, personal y material que gira entorno a la psicoeducación, el consejo psicológico, el ajuste de expectativas y el entrenamiento en habilidades de afrontamiento entre otras.
- El ajuste flexible de metas centrado en adaptar las metas existentes, abandonar la que son poco realistas e inalcanzables, mantener las metas vitales y añadir nuevas metas alcanzables conservando los valores personales.
- Las estrategias de afrontamiento para el manejo eficaz de los cambios, que implican la variación en los roles, la reestructuración de rutinas, el mantenimiento de elementos de continuidad, etc.
- La promoción de recursos socio-emocionales como la psicoeducación emocional o el entrenamiento en la búsqueda de apoyo social, redes sociales o apoyo emocional que sirvan de soporte para la adaptacióna los diferentes cambios.
Finalmente, cabe tener en cuenta que cuando una transición o una serie de cambios en tu día a día te afectan hasta el punto de interferir de forma negativa y sostenida con tu funcionamiento normal, acudir a una psicoterapeuta te puede ayudar a gestionar la nueva situación de una forma adaptativa, tanto a nivel emocional, como a nivel cognitivo y conductual.