El pasado día 17 de noviembre fue el día mundial del niño prematuro. Este día surge con el objetivo de concienciar a la sociedad sobre los problemas a los que se enfrentan los bebés prematuros y el impacto emocional que esto supone para las familias.
La Organización Mundial de la Salud define como “recién nacido prematuro o pretérmino” al bebé cuyo parto se produce entre la 22 y la 36.6 semana de gestación y “nacido a término” cuando el parto se produce desde la semana 37 a la 42. Cuanto más se adelanta el nacimiento, mayor es el riesgo de muerte y complicaciones, siendo los prematuros extremos (menos de 28 semanas) los más vulnerables.
A nivel mundial se calcula que alrededor de 15 millones de bebés nacen prematuramente cada año. En España, según las cifras del Instituto Nacional de Estadística (2012) la tasa de incidencia se ha incrementado en los últimos años hasta situarse en torno al 8%. A la vez que incrementa esta tasa, también lo hace la tasa de supervivencia de estos niños/as, sobre todo en países más desarrollados, debido a los avances en cuidados obstétricos y neonatales, especialmente en aquellos casos que se sitúan en el límite de la viabilidad.
La prematuridad es una condición neonatal que condiciona el resto de los factores que regulan el desarrollo. En general, los estudios longitudinales hechos en otros países europeos constatan el alto número de problemas, sobre todo de neurodesarrollo, que padecen los grandes prematuros. Dentro de los riesgos que implica la prematuridad, existen condiciones graves fácilmente detectables desde la primera infancia como parálisis cerebral, epilepsia, sordera, ceguera, discapacidad intelectual… pero también otros problemas mucho más sutiles que suelen pasar desapercibidos y que se detectan en edades más tardías como dificultades de integración visomotora, visoespaciales, de lenguaje, bajo rendimiento académico, déficits en procesos cognitivos superiores o en funciones ejecutivas, entre otros.
Dichas alteraciones no se limitan a las etapas iniciales del desarrollo, sino que pueden acompañarlo a lo largo del ciclo vital e incluso empeorar a medida que crecen y que las demandas cognitivas aumentan. De hecho, diferentes estudios muestran que los niños prematuros o con bajo peso al nacer presentan menores puntuaciones en las pruebas que valoran funciones cognitivas que los niños que llegan a término y que, además, estos niños presentan con mayor frecuencia problemas de conducta. Estas diferencias son más acusadas en el caso de grandes prematuros, bajo peso y en aquellos que tuvieron lesiones cerebrales, aunque también están presentes en prematuros tardíos que aparentemente no tuvieron ninguna complicación neurológica.
Aunque se han encontrado diferencias entre el cerebro de los niños con antecedentes de prematuridad y los niños nacidos a término, todavía no se han conseguido esclarecer los mecanismos últimos responsables de ellas y las consecuencias reales en el neurodesarrollo.
Tener un hijo prematuro acarrea un alto coste para las familias y altera, muchos aspectos de la vida familiar. La vulnerabilidad biológica de los recién nacidos prematuros, los problemas de salud y la necesidad de que estén ingresados en el hospital incluso a veces durante varios meses alteran las condiciones habituales de un nacimiento a término y se han revelado como un factor de riesgo que puede afectar al desarrollo psíquico y relacional de estos niños y a algunas funciones parentales. A ello se añade la vivencia de la familia, especialmente la madre, sometidos a un suceso de gran impacto emocional y siempre inesperado
El parto prematuro siempre pilla desprevenidas a las familias, que muchas veces relatan no sentirse preparadas para enfrentarse a una situación de este tipo, aunque con antelación supieran que podía producirse. Se trata de una experiencia potencialmente traumática que deja huella pese al paso del tiempo e incluso aunque haya una buena evolución del niño. La intervención temprana postnatal es crucial para minimizar el estrés parental inicial, para promover un ambiente familiar estimulante y para, en definitiva, promover el desarrollo óptimo del menor a todos los niveles. Para ello el seguimiento de estos niños y sus familias es crucial.
Se están produciendo cambios positivos en los últimos años. Cambios que suponen un avance hacia la mayor humanización de la atención perinatal y hacia enfoques más centrados en el cuidado, incluido el de la familia del neonato. Algunos datos que señalan en esta dirección es el importante incremento de unidades neonatales abiertas a los padres 24 horas que se ha producido en los últimos años, el desarrollo de los llamados “Hospitales Amigos de los Niños”, el interés por controlar mejor el ambiente de las unidades donde se desarrolla el niño y buscar la mínima manipulación médica del neonato, el fomento de la lactancia materna también entre los grandes prematuros o la implantación progresiva de enfoques como el de los cuidados centrados en el desarrollo y en la familia; iniciativas todas que creadas para prevenir la morbilidad y acoger a la familia de estos grandes inmaduros. Aun así, todavía queda mucho por hacer y por investigar.
Bibliografía
Arnedo Montoro, M., Bembibre Serrano, J., & Triviño Mosquera, M. (2013). Neuropsicología: A través de casos clínicos / Marisa Arnedo Montoro, Judit Bembibre Serrano y Mónica Triviño Mosquera. Madrid: Médica Panamericana.
Gómez Esteban, C. Martín Carballo, M. Vicente Olmo, A. Dificultades biosociales de la gran prematuridad. http://aprem-e.org/wp-content/uploads/2019/06/Dificultades-biosociales-de-la-gran-prematuridad.pdf
Miranda-Herrero, MC., Pascual-Pascual, S., Barredo-Valderrama E., Vázquez-López M., y de Castro-De Castro P. Funciones visuoespaciales y prematuridad. Rev. Neurol 2014;59 (09):411-418