La musicoterapia se define como una “terapia basada en la producción y audición de la música, escogida ésta por sus resonancias afectivas, por las posibilidades que da al individuo para expresarse a nivel individual y de grupo, y de reaccionar a la vez según su sensibilidad, y también al unísono con los otros” (Lacárcel, 1990; p. 20).
Pero contrariamente a lo que se pudiera pensar, en la Musicoterapia no sólo se utiliza la música, sino que también se realizan diferentes actividades relacionadas con la producción de sonidos como la asociación o discriminación, la descripción sonora de instrumentos, o la realización de juegos en los que el sonido es una clave principal. A esto se le añade un aspecto motriz, para proporcionar una vía alternativa para comunicarse y para facilitar un desarrollo emocional, físico y mental. (Thayer Gaston y otros, 1993)
Históricamente, esta disciplina nace del interés por el uso de la educación musical en la población con necesidades especiales (NEE). Metodológicamente crece a partir del siglo XX cuando aparecen los primeros postulados que combinan los principios metodológicos de otras disciplinas con ideas pedagógico-musicales para atender a las necesidades reales de los alumnos (Palacios, 2004). Pero, aunque la relación terapéutica entre NEE y música ha sido constatada durante siglos, la mayor parte de los centros educativos musicales no están preparados para atender las necesidades especiales que esta población plantea, dado que no poseen ni la formación ni el personal de apoyo adecuado.
En concreto, los principios en los que se basa esta terapia se pueden resumir en los que exponen Thayer Gaston (1993) y Benezon (1998). Por una parte, Thayer Gaston expone tres principios fundamentales para la práctica de la musicoterapia:
- El establecimiento o restablecimiento de las relaciones interpersonales. Se busca que los participantes se comuniquen de manera no verbal mediante actividades en pequeños grupos.
- El logro de la autoestima mediante la autorrealización. El objetivo es conseguir que la persona se sienta orgullosa de la correcta realización de los ejercicios.
- El empleo del poder singular del ritmo para dotar de energía y organizar. Con esto se pretende ordenar las experiencias sensoriales del individuo, para que tenga una correcta percepción del tiempo, inexistente en muchos casos. Para ello se usan ejercicios rítmicos donde se trabajan habilidades motoras y cognitivas que se deben realizar en patrones determinados temporalmente.
Por otra parte, Rolando O. Benezon (1998) propone dos principios más, que sirven de complemento a los anteriores:
- Principio de ISO. Este concepto se basa en que hay un sonido o conjunto de sonidos que nos caracteriza, relacionados con nuestras vivencias. Y, “para producir un canal de comunicación entre terapeuta y paciente, debe coincidir el tiempo mental del paciente con el tiempo sonoro-musical ejecutado por el terapeuta o de la música escuchada” (Lacárcel, 1990, p. 14). Siguiendo este principio, se ha observado que, en la aplicación clínica de la musicoterapia, los pacientes depresivos responden mejor ante la música triste que ante la alegre. Dentro de este principio podemos encontrar sub ISOS o componentes que afectan al tipo de estímulo sonoro al que responde el paciente, que pueden ser étnicos, regionales o relacionados con el esquema social, entre otros.
- Principio del objeto intermediario. Esto hace referencia al instrumento de comunicación que permite la acción terapéutica mediante la relación con el mismo, teniendo las siguientes características:
- Existencia real y concreta.
- Inocuidad.
- Maleabilidad y adaptabilidad: que se puede usar en cualquier actividad o rol.
- Acción transmisora: que permite la comunicación.
- Asimilabilidad: permite la creación de un vínculo íntimo, que el paciente (en este caso, el alumno) puede identificar como parte de él.
- Instrumentalidad: puede ser usado como prolongación del sujeto
- Identificabilidad: se puede reconocer rápidamente
Los beneficios posibles son de tipo psicofisiológicos, sensorimotrices, perceptuales, cognitivos, conductuales, emocionales, comunicativos e interpersonales (Tallero, 2000).