Hasta hace poco tiempo la depresión parecía ser algo exclusivo de los adultos y no había recibido demasiada atención en la población infantil y adolescente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que la incidencia de la depresión infantil es del 3 al 5%, además de ser un predictor de riesgo del suicidio y depresión en la adolescencia. En cuanto a la prevalencia de la depresión, respecto al género, en niños entre 6 a 12 años no existen diferencias significativas. Sin embargo, en la adolescencia la depresión es mucho más frecuente en las chicas, siendo similar a la proporción que suele encontrarse en los adultos 2:1 entre mujeres y hombres.
Una de las grandes dificultades a la hora de identificar la depresión infantil es el gran abanico de síntomas que aparecen y que además van cambiando según la etapa evolutiva en la que el niño se encuentre. La tristeza siempre es subyacente a los trastornos depresivos, aunque puede aparecer de alguna forma enmascarada a través de otras señales como rabietas, hiperactividad o aburrimiento.
Además, también es importante contextualizar las señales que podemos apreciar en los niños. La tristeza es una emoción que los niños pueden sentir y no significar que sufran una depresión. Los niños están en constante evolución y deben hacer múltiples duelos (simbólicos) a lo largo de su vida: comenzar el colegio, cambio de profesor@s, el nacimiento de un hermano…
La depresión es un trastorno del estado del ánimo en los que ponderan los síntomas de tipo afectivo que son: tristeza patológica (persistente), desesperanza, apatía, anhedonia (falta de motivación) e irritabilidad. Además, también aparecen síntomas de tipo cognitivo, volitivo y físicos. Es importante tener en cuenta que por ejemplo en niños entre 3 y 6 años aparecerá la tristeza, pero es muy frecuente que parezcan malhumorados e irritables, además se suele acompañar de problemas en el sueño y apetito. En niños de esta edad la capacidad para comunicar emociones y pensamientos a través del lenguaje es limitada por lo que es habitual que aparezcan síntomas como quejas somáticas, regresiones y juegos violentos. En relación a los niños en edad puberal la sintomatología de la esfera afectiva se asociará a tristeza, aburrimiento, irritabilidad, agresividad, apatía… en cuanto a la esfera cognitiva pueden aparecer problemas de concentración, disminución del rendimiento escolar, rechazo a acudir al colegio y dificultades en la relación con sus iguales.
No existe una sola causa que puede provocar la depresión infantil, pero sí que existen factores protectores que pueden estar en mayor o menor medida al alcance de todos los padres. Por ejemplo, es importante intentar mantener una relación armoniosa entre padres e hijos y entre los propios padres, así como una dinámica familiar armoniosa. Establecer reglas y normas armoniosas que faciliten la convivencia, estas le darán a al niño suficiente seguridad para sentir que se encuentra en mundo donde los adultos son los que cuidan y protegen. Los padres son los modelos de actuación para sus hijos, por lo que es importante la manera de gestionar los adultos sus propias emociones y experiencias vitales. Ayudar al niño a confiar en sí mismo, favoreciendo su autonomía y acompañándolo en el camino hacia ella desde el refuerzo positivo y dejando a un lado las críticas. Esto supone dejar al niño que se equivoque, darle la oportunidad de que tome sus propias decisiones, ayudarle a resolver los problemas que se le irán presentando, pero desde una posición de acompañamiento sin tomar un papel tan activo. Apoyando y escuchando ante el fracaso o la frustración y disfrutando y alegrándonos de los éxitos que van consiguiendo.