La naturaleza de la disfemia o tartamudez es un ámbito que todavía suscita gran interés y es, desde hace siglos, objeto de investigación en relación a los posibles factores que influyen en su aparición.
Entre estos factores se encuentra los referentes a la genética, a la biología, a la psicolingüística y, por último, al ambiente.
A continuación se va a describir de forma breve la influencia que puede ejercer cada uno de estos factores en la aparición de la disfemia.
Factores psicolingüísticos.
Las posibles anomalías encontradas, tanto en factores lingüísticos como articulatorios, que son necesarios para el correcto desarrollo del habla, favorecen la aparición y mantenimiento de las disfluencias, entre ellas la tartamudez o disfemia. Así, los niños/as con una tartamudez temprana, en general, presentan un menor desarrollo del habla, y es frecuente que, a su vez, también lo presenten así en relación al lenguaje. En concreto, dichos niños/as, que presentan una disfemia persistente, presentan un menor nivel de desarrollo articulatorio y una velocidad del habla mayor (Salgado, 2005).
Varios estudios, además, han propuesto que, la comorbilidad entre problemas de fluidez y trastornos del lenguaje, es considerada como un factor de riesgo para el mantenimiento de la tartamudez. Además, un desarrollo motor del habla atípico constituye una característica temprana de la tartamudez (Salgado, 2005; Walsh et al. 2015).
Por otro lado, Coulter et al. (2009), mantienen que los desajustes del niño/a en el desarrollo de habilidades específicas en relación al habla y al lenguaje y los intentos por parte de estos/as de reconducir dichos desajustes, pueden tener como consecuencia que se puedan dar más alteraciones en la fluidez del habla.
El inicio más frecuente de las disfluencias ocurre en los primeros años, justo, en el momento de transición a un habla más compleja, a nivel fonético, gramatical y, también, sintáctico. Es importante, por tanto, determinar en qué medida los patrones de adquisición y desarrollo del lenguaje pueden interactuar significativamente con el inicio y evolución de la tartamudez en los niños/as. Los niños/as con tartamudez temprana presentan, por ejemplo, más problemas de pronunciación y de lenguaje, lectoescritura y habla que los niños/as fluentes. Además, también se ha propuesto una mayor lentitud y una menor precisión para el acceso al léxico durante el discurso, lo que implica en estos niños/as un menor vocabulario, que éste sea más impreciso y que elaboren frases más cortas. De esta manera, en personas fluentes, por el contrario, este mismo acceso al léxico es mucho más rápido y preciso (Salgado, 2005).
Incluso, durante un habla aparentemente fluida, existen sutiles diferencias en cuanto a la velocidad y coordinación de los movimientos articulatorios entre personas no fluentes y personas fluentes (Walsh et al. 2015).
Factores biológicos.
Las personas con tartamudez presentan menos actividad en las áreas del hemisferio izquierdo y compensan la producción del habla y otras actividades en el hemisferio derecho. Aparecen variaciones tanto en la estructura, como en la función que afectan a la fluidez del habla. Estos cambios estructurales en el cerebro, mostrarían una alteración en la lateralidad de interacción auditivo-motora fundamental para el procesamiento de habla. (Chang, 2011).
La causa de la tartamudez en niños sigue sin conocerse. Chang (2011), realiza un estudio, en el que los niños que tartamudean, independientemente de si continúan tartamudeando o acaban presentando un habla fluida, tienen diferencias de interacción entre las regiones sensoriales y corticales motoras izquierdas. Pero todos ellos, (con y sin tartamudez) presentaban un patrón normal de asimetría izquierda. Por lo que, el aumento del volumen del lado derecho en adultos que tartamudean, puede ser resultado de una compensación por mala conectividad del hemisferio izquierdo.
En investigaciones realizadas con personas con disfemia, durante tareas de habla, se encontró que éstas tenían una actividad insuficiente en la corteza auditiva y, por el contrario, una hiperactividad en las regiones motoras del hemisferio derecho, por lo que, tienden a realizar un cambio hacia la derecha del sistema motor interfiriendo en la producción de habla (Chang, 2011)
Llevando así, a un deterioro motor del habla en el hemisferio izquierdo, y generando una inestabilidad del control motor del habla bilateral (Alm et al., 2013).
Factores genéticos.
Desde la década de 1960 se ha informado de una evidencia clara de que los factores genéticos influyen de forma significativa en la aparición de la disfemia (Ambrose et al., 1997); y desde 1990, además, se han realizado numerosas investigaciones sobre la disfemia que han revelado estimaciones de heredabilidad de moderadas a altas para muestras de niños y adultos (Beijsterveld et al., 2010). Estos estudios también proporcionan evidencias sobre la relación entre los fenómenos de persistencia y recuperación en la tartamudez y la naturaleza genética del trastorno, encontrando que las personas que tartamudean tendrían genes para la propensión a tartamudear, pero algunas, en cambio, tendrían además, factores genéticos adicionales que impulsarían la persistencia o la recuperación de la disfemia (Ambrose et al., 1997).
Los estudios de agregación familiar, que se centran en explorar el modo de herencia del trastorno, han aportado numerosos hallazgos importantes, tales como que más de dos tercios de los participantes jóvenes informaron de antecedentes familiares positivos del trastorno y que la incidencia general entre los familiares de primer grado de los mismos era muy superior a la esperada para la población general (Kraft y Yairi, 2011).
Van Beijsterveld et al. (2010) refieren que, a medida que aumenta la severidad del deterioro, la heredabilidad parece aumentar y la relevancia de los factores parece disminuir. En lo que al factor sexual se refiere, se ha documentado ampliamente que muchos más hombres que mujeres tartamudean y que la proporción aumenta con la edad (Ambrose et al. 1997).
Por otro lado, Ambrose et al. (1997) han evidenciado que las mujeres tienen tasas de recuperación más altas que los hombres y que la incidencia y prevalencia es mayor entre varones que entre el sexo femenino.
Factores ambientales.
Guitar et al. (1992) señalan que el tratamiento indirecto de la tartamudez se basa en la premisa de que las interacciones entre padres e hijos/as pueden influir en el habla de un niño disfluente.
De esta manera, Salgado (2005) sugiere reducir la velocidad del habla de los padres y respetar los turnos evitando las interrupciones del discurso del niño/a. Guitar et al. (1992) explican que debemos disminuir la cantidad de preguntas y expresar interés real por lo que cuenta nuestro hijo/a. Por último, Millard et al. (2008) recomiendan hacer elogios y reconocimientos ante el habla del niño/a y reducir la complejidad lingüística de los mensajes.
Nippold y Rudzinski (1995) realizaron una revisión crítica de la literatura para llegar a la conclusión de que hay poca evidencia convincente que apoye la opinión de que los padres de niños que tartamudean difieran de los padres de niños que no. Tampoco hay suficiente evidencia sobre que los comportamientos de habla de los padres contribuyen al tartamudeo o que modificar dichos comportamientos facilite la fluidez (Millard et al., 2008).
Así, Salgado (2005) señala que ciertos comportamientos parentales pueden ser secundarios a las disfluencias de los hijos/as, y no los causantes. Es decir, que el estrés y la frustración que causa el tartamudeo de su hijo/a provoque que realicen más preguntas, hablen más rápido, interrumpan, etc. En cambio, al comenzar un tratamiento y ver cómo su hijo realiza menos disfluencias, experimenten alivio lo que puede tener un impacto positivo.
Dado que la disfemia es multicausal, resulta necesario tener en cuenta todos los posibles factores etiológicos que puedan llevar a un desarrollo de la misma.
Referencias Bibliográficas.
Alm, P. A.; Karlsson, Ragnhild; Sundberg, Madeleine; Axelson, Hans W. Hemispheric lateralization of motor thresholds in relation to stuttering. PloS One. 2013 Oct; 8(10):1-5.
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Chang, S. E. Using Brain Imaging to Unravel the Mysteries of Stuttering. Cerebrum: the Dana forum on brain science. 2011 Aug. 1-12.
Coulter, Christine; Anderson, Julie; Conture, Edward. Childhood stuttering and dissociations across linguistic domains: A replication and extension. J Fluency Disord. 2009 December; 34 (4): 257-278.
Guitar, Barry; Kopff Schaefer, Helen; Donahue-Kilburg, Gmail; Bond, Lynne. Parent Verbal Interactions and Speech Rate: A Case Study in Stuttering. Journal of speech and hearing research. 1992; 35(4):742–754.
Kraft S, J, Yairi E: Genetic Bases of Stuttering: The State of the Art, 2011. Folia Phoniatr Logop 2012; 64:34-47
Millard, Sharon K.; Nicholas, Alison; Cook, Frances M. Is Parent-Child Interaction Therapy effective in reducing stuttering? Journal of Speech, Language and Hearing research. 2008; 51(3):636-650.
Nippold, Marilyn A.; Rudzinski, Mishelle. Parents speech and children’s stuttering: A critique of literature. Journal of Speech and Hearing research. 1995; 38(5):978-990.
Salgado Ruiz, Alfonso. Capítulo 2. Etiología de la tartamudez: factores relacionados con la génesis y desarrollo de la tartamudez. En: Manual práctico de la tartamudez. Madrid: Editorial Síntesis; 2005. pp. 84-90.
Van Beijsterveldt, C. E. M.; Boomsma, D. I.; Felsenfeld, S. Bivariate genetic analyses of stuttering and nonfluency in a large sample of 5-year-old twins. Journal of Speech, Language, and Hearing Research. 2010; 53(3):609-619
Walsh, Bridget; Mettel, Kathleen Marie; Smith, Anne. Speech motor planning and execution deficits in early childhood stuttering. J Neurodev Disord. 2015 Aug; 7 (1): 1-12.