La socialización y las habilidades cognoscitivas durante años se han estudiado de forma separada como si fuesen áreas diferenciadas de desarrollo, considerándolos procesos que se dan independientes unos de otros. Sin embargo, el avance de las neurociencias y los estudios y experimentos realizados en niños han determinado que las habilidades cognitivas y la comprensión de emociones y estados emocionales que forman parte de la Teoría de la Mente se adquieren durante la exposición a contextos sociales desde la más tierna infancia.
La teoría sociocultural de Vygotsky (1978) precisamente, postula que los niños adquieren las habilidades cognitivas como parte de su inmersión en un determinado modo de vida. Según Vygotsky para un correcto desarrollo cognoscitivo, los niños deben participar activamente en interacciones sociales. Dichas interacciones tienen que darse en un contexto colaborativo donde las actividades se comparten con un adulto para ayudar a los niños a interiorizar las formas de pensamiento y conducta de su sociedad.
Referenciamiento Social. En base a la reacción observada de otra persona nos formamos una idea de cómo actuar ante una situación que no conocemos o nos parece ambigua. Los bebés también hacen uso de este fenómeno hacia finales del primer año de vida (Papalia, Olds y Feldman, 2010). En un estudio realizado por Repacholi (2007) se expuso a niños de ocho meses a un sonido placentero realizado por una investigadora cuando ponía en contacto un mando con un botón de un aparato electrónico. A los niños les resultaba muy placentero y en cuanto se les ofrecía el mando, todos los niños del estudio pulsaban el botón con el mando. Más adelante, entraba en la sala una segunda investigadora. La primera investigadora volvía a realizar el sonido placentero y la reacción de la segunda investigadora a este sonido era de enfado, no con el niño, solo con la primera investigadora responsable del sonido. Esta vez cuando se le ofrecía a los niños la posibilidad de coger el mando y acercarlo para emitir el sonido, se quedaban quietos mirando a la segunda investigadora (la que había mostrado una reacción adversa al sonido) y no realizaban la acción que daba lugar al sonido, ya que hay una tercera persona que les observa y no está de acuerdo en ello. Este es un experimento que sirve para ejemplificar que los seres humanos aprendemos mediante la observación de la interacción entre otras personas. No necesitamos que las consecuencias de las acciones tengan una acción directa sobre nosotros mismos. Este hecho es de gran importancia ya que acelera de manera exponencial la cantidad y velocidad de aprendizaje que realizan los niños sobre el mundo que les rodea.
Aprendizaje en Contextos Sociales. En otro estudio Kuhl, Tsao y Liu (2003) cogieron a bebés criados en entornos anglosajones en EEUU y los expusieron a una interacción realizada en chino mandarín y español. Las interacciones se realizaron en 12 sesiones de 25 minutos durante un mes con una persona nativa que interactuaba con los propios bebés. Durante estas sesiones los niños aprendieron sobre los sonidos de estos dos idiomas hasta alcanzar el nivel de los bebés nativos, respondiendo a las tareas evaluativas como lo hacían los niños expuestos a estos idiomas desde el nacimiento. El grupo control de bebés fue expuesto a la misma información durante el mismo número de sesiones y de la misma duración y en la misma sala. La excepción residía en la fuente de emisión de los sonidos, es decir, el interlocutor. En esta ocasión los niños eran expuestos a una interacción social emitida en una pantalla de televisión. Los niños se veían atraídos por las imágenes y tocaban y miraban la pantalla, sin embargo, en la evaluación post se apreció que este grupo de niños no había realizado ningún aprendizaje en ninguno de los dos idiomas. Los investigadores concluyeron que el cerebro social tiene el poder de elicitar o apagar ciertas capacidades cognitivas dependiendo del contexto social en el que nos desenvolvamos durante estos primeros años de vida.
Por lo tanto la estimulación temprana tiene el poder de aflorar capacidades latentes que no han sido despertadas por falta de ambiente estimular o porque por las dificultades de desarrollo se requiere una mayor estimulación, y resultan fundamentales para el desarrollo contemporáneo y posterior del bebé.