La tristeza es una emoción negativa que resulta desagradable sentir. Es la emoción que nos impulsa a percibir que algo no está bien. Cuando sentimos tristeza, necesitamos sanar de algo que es muy doloroso para nosotros. La tristeza suele estar asociada a vivencias personales como el duelo, la perdida de los vínculos afectivos, la ruptura de pareja, la falta de autoestima, los desengaños, una mala situación económica, etc. (Lazarus y Lazarus 2000).
La tristeza, como el resto de las emociones, es subjetiva y no podemos medir igual en todo el mundo el impacto que nos causan ciertas circunstancias. La tristeza no es considerada como algo malo de por sí. En cambio, el significado que se le atribuye a sentirse de esa manera, tanto por la propia emoción o por los hechos que preceden a esto, es los que hace que se le dé un significado tan adverso.
Por ejemplo, la pérdida del trabajo no implica la misma cantidad de tristeza y sufrimiento en Para uno es un ligero traspié que puede significar conseguir otro mejor, para otro puede ser un acontecimiento que mueve los cimientos de su vida. Todo deprende de la propia vivencia y del contexto en el que se pone el mismo hecho.
Cuando mostramos tristeza, se busca la soledad o la empatía de los demás para poder recuperarse de aquello que está causando dolor. A su vez, la agresividad o la evitación puede ser otra manera de mostrar esta emoción. Esto último tiene sentido ya que cuando alguien admite estar triste, está admitiendo una debilidad, que algo no está bien y algunas personas rechazan mostrarse débil ante los demás.
Cuando nos encontramos tristes, buscamos las mejores estrategias que nuestros propios recursos nos permiten para poder manejar esta situación. Las estrategias pueden ir desde controlar la atención hacía los estímulos que provocan estos, cambiar las evaluaciones que realizamos de las situaciones que llevan a esa emoción o en el control de las respuestas fisiológicas y expresivas ante esto. La tristeza hay que contextualizarlo en las circunstancias de cada uno ya que a pesar de que las vivencias que llevan a estas suelen ser parecidas muchas veces, la experiencia es única e individual. Esto implica que no hay una fórmula mágica que cure esto rápidamente. Lo único que queda es realizar un trabajo de reflexión y afrontamiento personal (Páez Martínez, Sevillano, Mendiburo y Campos, 2012).
Consejos
- Admitir la emoción: En primera instancia, la evitación de la emoción es algo muy común y lógico. Primero, se trata de buscar entretener la mente y desviar la atención a otros estímulos que pueden resultar agradables. Quizás incluso se puede sentir que si se esquiva la atención lo suficiente, esta podría desaparecer. A veces, de manera temporal esto puede ocurrir pero es un error pensar que esta desaparecerá definitivamente. A la larga, la evitación continua de la emoción puede ser una manera de afrontamiento disfuncional (abandono psicológico, aislamiento social, inhibición y supresión de la emoción, etc.). Antes de dar el paso a un modo de afrontamiento más activo, primero hay que abrazar esa tristeza para ver que algo está ocurriendo que necesita cambiar.
- Observar que se necesita: Cuando se habla sobre auto observase, implica un trabajo de reflexión que en la mayoría de los casos no es agradable. A veces, esta reflexión implica observar partes de uno mismo que uno rechaza o poner en jaque creencias internas. A veces, esta observación puede dar miedo ya que aceptar que algo no va bien, implica que hay una necesidad de actuar hacia el cambio. Por ejemplo, si una persona muy tímida observa que tras su tristeza o malestar está el descontento por la ausencia de una fuerte red social ya que esto le lleva a sentirse solo y con baja autoestima, cambiar esta situación implica empujar los límites de su timidez. Esto puede llegar a ser muy desagradable para la persona.
- Buscar el cambio: Cuando se busca un cambio, primero hay que observar que áreas requieren de una modificación. Esta modificación puede pasar de un cambio en el entorno (dejar el trabajo, abandonar una relación tóxica, buscar un nuevo interés en el ocio, mudarse, etc.), adquirir nuevas herramientas o estrategias personales (manejo del estrés, trabajar la asertividad, etc.) hasta cambiar la manera de pensar o sentir que limita la adaptación al ambiente (patrones de pensamiento muy rígidos, la tendencia a la evitación, etc.).
- Buscar ayuda: A veces, este proceso personal puede ser muy complicado. La tristeza puede ser algo temporal y leve, que obedece a hechos concretos o puede ser algo mucho más complejo y duradero en el tiempo que implica poner en juego muchas partes de uno mismo. Si se percibe como un proceso que se escapa de las manos, que solo no puede hacer, pedir ayuda, tanto a la gente del entorno como a profesionales es una elección muy sabia. Apoyarse en los demás y crear una red de protección que disminuya la soledad puede ayudar mucho y está demostrado que es un factor de protección.
Referencias:
García, M.-D y Siverio, M.-Á. (2005). La tristeza en niños, adolescentes y adultos: un análisis comparativo. Infancia y Aprendizaje, 28(4), 453–469.
Lazarus, R. S. y Lazarus, B. N. (2000). Pasión y razón: La comprensión de nuestras emociones. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, S. A
Páez Rovira, Darío, Martínez Sánchez, Francisco, Sevillano Triguero, Verónica, Mendiburo Seguel, Andrés, &y Campos, Miriam (2012). Medida de estilos de regulación afectiva (MARS) ampliada en ira y tristeza. Psicothema, 24(2),249-254