Los sesgos cognitivos hacen referencia a aquellos errores sistemáticos en el pensamiento que se dan a la hora de procesar e interpretar la información de nuestro entorno, una manera de procesar la información que influye de manera directa no solo en los procesos de tomas de decisiones y sino también en nuestra capacidad de llevar a cabo juicios e interpretaciones de distintas situaciones de la vida cotidiana. Estos atajos mentales, también conocidos como heurísticos, son consecuencia directa de los intentos de nuestra mente de tratar de simplificar la información que procesamos en el día día, una estrategia que, aunque resulte de gran utilidad por la rapidez que implica la hora de tomar decisiones, a menudo va acompañada de una distorsión de la información que se está recibiendo del medio. Y es que es precisamente la falta de racionalidad y la rapidez en el procesamiento de la información lo que a menudo nos lleva a que nuestros sesgos cognitivos nos lleven a errar en nuestros razonamientos (Neal et al., 2022).
Existen muchísimos tipos distintos de sesgos cognitivos, ejemplos como el efecto anclaje, el cual hace que demos un valor mayor a la primera información que hemos recibido acerca de un tema a la hora de tomar una decisión, influyendo por tanto de manera significativa nuestras capacidad de juicio (Márquez, 2023). O el sesgo de autoridad, que nos lleva a dar por válido de manera automática la información presentada por una figura de autoridad, como un experto o un profesional, sin ser para nada cuestionada, lo que nos lleva a dar por sentado que esa información es veraz y fiable cuando no tiene porqué serlo (Rodríguez-Ferreiro & Barberia, 2018). Estos ejemplos son dos de los muchos sesgos cognitivos que se han convertido ya en una constante en nuestras vidas.
En el artículo de esta semana vamos a hablar de dos sesgos cognitivos conocidos como el efecto Dunning-Kruger y su antónimo, el síndrome del impostor.
Efecto Dunning-Kruger:
Este efecto o sesgo cognitivo, fue bautizado en el año 1999 por los profesores universitarios de la Universidad de Cornell David Dunning y Justin Kruger. Ambos investigadores centraron sus campos de estudio en investigar hasta qué punto la falta de habilidad o pericia de una persona en un determinado tema puede serle de impedimento para reconocer sus propias limitaciones en la misma materia.
Para poder estudiar esto en profundidad, partieron de la siguiente premisa: y es que las personas que poseen conocimientos muy limitados de una temática no se limitan simplemente a llegar a conclusiones errores y cometer más errores que aquellos que dominan mejor la materia, sino que es su propia incompetencia, la que les lleva a ser del todo, incapaces de ver sus propias limitaciones, con los efectos que yo pueda tener a la hora de abordar la temática en cuestión.
Al llevar a cabo este experimento, fueron tres las principales conclusiones que fueron capaces de demostrar. La primera de todas fue garantizar como las personas incompetentes en una materia tienden a sobreestimar sus propias capacidades de forma significativa. En segundo lugar, estas mismas personas son incapaces de detectar su propio grado de incompetencia. Y por último, demostraron, como la única manera de no caer en este sesgo cognitivo es mediante el aumento de los propios conocimientos a través del estudio y la práctica. (Kruger & Dunning, 1999).
Por tanto, ha de ser destacado el hecho de que este sesgo cognitivo relaciona como las personas incompetentes o con falta de conocimientos en un ámbito, es precisamente esta falta de pericia, la que les hace ciegos a la hora de reconocer sus propias limitaciones.
Esta relación entre el nivel de competencia real y el nivel de competencia percibida puede ser perfectamente representado mediante la siguiente función, en la cual se muestra como cuanto menor es el nivel de conocimiento real, mayor es el nivel que las personas incompetentes perciben de sí mismos.
Resulta también reseñable como el nivel de competencia auto-percibida de quienes a penas poseen conocimientos sobre un tema es mayor que el de los expertos en la misma materia.
Síndrome del Impostor
Al contrario que el recientemente descrito efecto Dunning-Kruger, el síndrome del impostor también conocido como fenómeno del impostor, hace referencia a la experiencia subjetiva de duda y de continuo auto-cuestionamiento sobre las propias capacidades y sobre la habilidad que una persona puede tener a la hora de llevar a cabo una tarea. Este sentimiento de duda constante sobre las propias capacidades se da aunque la evidencia del entorno apunte en la dirección contraria. A diferencia de la anterior sesgo cognitivo descrito, las personas que poseen el síndrome del impostor, manifiestan un continuo sentimiento de fraude intelectual y/o profesional, un sentimiento que se hace patente, especialmente en el ámbito laboral.
Asimismo, este sentimiento se relaciona con un miedo recurrente, en el que la persona tiene pánico a ser expuesto como un fraude o un impostor. Es indiferente que la evidencia o los resultados objetivos indiquen que la persona posee unas altas capacidades o destrezas a la hora de realizar su trabajo, ya que la persona siempre asociará estos éxitos o logros a fenómenos como la suerte o al azar (Langford & Clance, 1993).
El término síndrome del impostor fue utilizado por primera vez en el artículo publicado por las investigadoras Pauline R. Clance y Suzanne A. Imes, cuando en el año 1978 publicaron su artículo “The impostor Phenomenon in High Achieving Women: Dynamics and Therapeutic Intervention” (» El Fenómeno del Impostor en Mujeres de Alto Rendimiento: Dinámica e Intervención Terapéutica”). La definición que en este artículo se dio del fenómeno del impostor es la de “una experiencia interna de falsedad intelectual” (Clance & Imes, 1978).
Asimismo, años más tarde, en 1985 fue la propia investigadora Pauline Clance quien ahondó más en esta idea y terminó publicando un libro que profundizaba en el fenómeno del impostor en mujeres de alto rendimiento (Clance, 1985). Si bien es cierto que en un principio la escritora lo identificó únicamente en mujeres cuyo desempeño laboral era de alto rendimiento, investigaciones posteriores han evidenciado como el síndrome de impostor se encuentra extendido no solo en mujeres, sino también en hombres en distintos ámbitos y contextos profesionales (Sakulku & Alexander, 2011).
Conclusión
Resulta evidente que los sesgos cognitivos tienen una influencia abismal en la forma en que los seres humanos procesamos la información y también en cómo llevamos a cabo nuestros procesos de toma de decisiones. Unas decisiones que al estar mediadas por los propios sesgos a menudo pueden desviarnos de la realidad objetiva del mundo que nos rodea. Tanto el efecto Dunning-Kruger, como el Síndrome del Impostor, nos muestran la relación existente entre el grado de autopercepción de una persona y la manera en que esta opinión subjetiva de uno mismo puede llegar a afectar a las propias competencias del individuo. Mientras que el primero hace referencia a como una sobreestimación de las propias capacidades puede llevarnos a ser incapaces de ver y de apreciar nuestras propias limitaciones, el síndrome del impostor por el contrario, nos hace ciegos a nuestros propios logros y aspectos más positivos de nuestro desempeño laboral.
Ambos sesgos dejan patente como el grado de confianza en uno mismo y la percepción propia de nuestras capacidades pueden estar desviados de la realidad. Para poder combatir el efecto Dunning-Kruger hemos de centrar nuestros esfuerzos en un aprendizaje continuo para poder desarrollar el suficiente grado de conocimiento personal que nos permita ver nuestras propias limitaciones. Asimismo, para combatir el síndrome del impostor hemos de ir trabajando en nuestra capacidad para reconocer como propios nuestros logros y y apreciar los objetivos que vamos cumpliendo en nuestro día día sin infravalorarnos. Conocer estos dos sesgos cognitivos nos puede ayudar significativamente a la hora de tomar decisiones y sobre todo para desarrollar una visión más objetiva de nuestras propias capacidades.
Referencias;
Clance, P. R. (1985). The Impostor Phenomenon: Overcoming the Fear That Haunts Your Success. https://openlibrary.org/books/OL2554807M/The_impostor_phenomenon
Clance, P. R., & Imes, S. A. (1978). The imposter phenomenon in high achieving women: Dynamics and therapeutic intervention. Psychotherapy, 15(3), 241-247. https://doi.org/10.1037/h0086006
Kruger, J., & Dunning, D. (1999). Unskilled and unaware of it: How difficulties in recognizing one’s own incompetence lead to inflated self-assessments. Journal Of Personality And Social Psychology, 77(6), 1121-1134. https://doi.org/10.1037/0022-3514.77.6.1121
Langford, J., & Clance, P. R. (1993). The imposter phenomenon: Recent research findings regarding dynamics, personality and family patterns and their implications for treatment. Psychotherapy, 30(3), 495-501. https://doi.org/10.1037/0033-3204.30.3.495
Márquez, J. L. (2023). ¿Somos predeciblemente racionales o predeciblemente irracionales? Un estudio sobre el “efecto anclaje”. Desafíos Economía y Empresa, 003, 51-63. https://doi.org/10.26439/ddee2023.n003.6052
Neal, T. M. S., Lienert, P., Denne, E., & Singh, J. P. (2022). A general model of cognitive bias in human judgment and systematic review specific to forensic mental health. Law And Human Behavior, 46(2), 99-120. https://doi.org/10.1037/lhb0000482
Rodríguez-Ferreiro, J., & Barberia, I. (2018). Sesgos cognitivos y convicciones morales. Ciencia Cognitiva. http://diposit.ub.edu/dspace/bitstream/2445/162658/1/679321.pdf
Sakulku, J., & Alexander, J. (2011). The Impostor Phenomenon. The Journal Of Behavioral Science, 6(1), 75-97. https://doi.org/10.14456/ijbs.2011.6