Vivimos en una época donde el acceso a la información es más fácil que nunca. Libros de autoayuda, podcasts, reels, cuentas de psicología en redes sociales, frases motivacionales…Todo esto al alcance de un clic. Este auge de la autoayuda, aunque bienintencionado, requiere que lo tratemos con atención y mirada crítica para distinguir entre lo útil y lo confuso.
Es innegable que esta disponibilidad ha tenido aspectos muy positivos. Ha ayudado a visibilizar temas de salud mental, a romper estigmas alrededor de la terapia y a despertar en muchas personas el deseo de conocerse más, cuidarse y crecer.
Sin embargo, también puede ser una trampa si la usamos como un parche rápido, esperando soluciones instantáneas a malestares profundos, o si nos sentimos abrumados por la cantidad de “deberías” que leemos a diario. Muchos de estos mensajes que consumimos están basados en generalizaciones, simplificaciones excesivas o incluso ideas poco realistas. La simple exposición a esta información no garantiza que sepamos cómo integrar toda ella de manera útil en nuestra vida. El verdadero desafío no suele ser encontrar consejos, sino aprender a diferenciar cuáles de ellos tienen sentido para nuestra historia, respetan nuestro ritmo y responden a nuestras necesidades emocionales.
Otro de los riesgos podría ser la autoayuda mal comprendida, ya que esto puede alimentar una forma de autoexigencia disfrazada de crecimiento personal: la idea de que siempre debemos estar trabajando en nosotros mismos, siendo más positivos, más productivos, más resilientes.
Por eso, es fundamental que nos detengamos a reflexionar sobre el contenido que consumimos: ¿me está ayudando realmente o está generando más presión? ¿Este mensaje me invita a conectar conmigo o me aleja de lo que siento? ¿Me permite comprender mi experiencia con más profundidad o solo refuerza expectativas sobre cómo “debería” sentirme o actuar?