La comunicación es una de las herramientas más poderosas (y a menudo más descuidadas) en las relaciones de pareja. No importa si la relación es reciente o si se trata de una pareja que lleva años compartiendo la vida: cómo nos hablamos, qué decimos y, sobre todo, qué decidimos callar, influye directamente en la calidad del vínculo. La comunicación es el puente que conecta dos mundos internos, con sus emociones, necesidades, temores y deseos. Cuando ese puente se rompe, se instala la distancia (Hurtarte y Díaz, 2008).
Muchas veces, lo que lleva al deterioro de una relación no son grandes crisis ni eventos extraordinarios, sino una acumulación de silencios, palabras no dichas, malentendidos, reproches contenidos o formas poco saludables de expresar lo que sentimos. En terapia de pareja es frecuente encontrar a personas que no saben cómo comunicar lo que les molesta, cómo pedir lo que necesitan o cómo gestionar el enfado sin herir al otro (Hurtarte y Díaz, 2008).
Lo que se dice y lo que se calla: dos caras de la misma moneda
No todo lo que callamos desaparece. A veces, lo no dicho pesa más que lo que sí se expresa. Las emociones reprimidas, las molestias acumuladas o las necesidades no verbalizadas tienden a salir más tarde en forma de enfados desproporcionados, frialdad emocional o incluso conductas pasivo-agresivas.
Por otro lado, decirlo “todo” tampoco es siempre saludable si no se cuida el cómo. La sinceridad no justifica la falta de empatía, ni el “yo soy así” es una excusa para ser hiriente. Aprender a comunicarnos con claridad, respeto y asertividad es una habilidad que se entrena y que puede transformar profundamente la dinámica de pareja.
Estilos de comunicación y cómo influyen en la relación
En terapia es habitual encontrar desequilibrios en la forma en la que cada miembro de la pareja se comunica. Veamos algunos estilos comunes:
- Comunicación pasiva
En este estilo, uno de los miembros de la pareja evita expresar lo que siente o necesita por miedo al conflicto, al rechazo o simplemente por no saber cómo hacerlo. Estas personas suelen ceder constantemente, callarse lo que les molesta o minimizar su malestar. Con el tiempo, esto puede generar frustración, resentimiento e incluso desconexión emocional.
- Comunicación agresiva
Se expresa el malestar, pero desde un lugar de hostilidad o superioridad. Aquí predominan las críticas, los reproches, el sarcasmo o los gritos. Aunque se dice “lo que se piensa”, no se cuida el efecto que eso puede tener en la otra persona. Este estilo suele provocar defensividad, miedo o una necesidad de protegerse emocionalmente, lo que acaba erosionando el vínculo.
- Comunicación pasivo-agresiva
Este es uno de los estilos más dañinos y difíciles de detectar. Aquí, el malestar no se expresa de forma directa, pero se manifiesta a través de indirectas, ironías, comentarios ambiguos, castigos silenciosos o actitudes que generan culpa. Este tipo de comunicación mina la confianza y genera mucha confusión en la relación.
- Comunicación asertiva
Es el estilo más saludable: implica expresar lo que uno piensa, siente o necesita de forma clara y honesta, pero también respetuosa y empática. No se trata de evitar el conflicto, sino de afrontarlo desde un lugar constructivo, donde ambas partes puedan sentirse escuchadas y comprendidas.
¿Cómo se llega al deterioro de la relación?
El deterioro no suele ocurrir de un día para otro. A menudo es consecuencia de un largo período en el que la comunicación ha sido ineficaz o inexistente. Se acumulan heridas, malentendidos, necesidades no atendidas. Y cuando ya no se habla, o cuando lo único que se intercambian son reproches, es fácil que aparezca la distancia emocional, el desapego o incluso la indiferencia.
Hay parejas que, tras años juntas, apenas se comunican. Otras que lo hacen, pero con una carga de agresividad o reproche constante. Y también hay quienes creen que evitar los conflictos es una forma de proteger la relación, cuando en realidad están contribuyendo a su desgaste.
¿Qué podemos hacer para mejorar la comunicación?
- Practicar la escucha activa. Escuchar no es esperar a que el otro termine para responder. Es tratar de entender lo que siente y necesita, sin interrumpir ni juzgar.
- Expresar lo que sentimos sin atacar. En lugar de decir “tú nunca me prestas atención”, podemos probar con “me siento sola cuando estoy hablando y no me miras”.
- No dejar para mañana lo que molesta hoy. Las pequeñas incomodidades que se acumulan suelen acabar convirtiéndose en conflictos mucho más grandes.
- Evitar suponer. Muchas veces interpretamos lo que el otro piensa o siente sin preguntarlo. Esto suele ser fuente de muchos malentendidos.
- Buscar ayuda profesional si es necesario. A veces, el problema no es lo que se dice, sino lo que no se sabe cómo decir. La terapia de pareja puede ser un espacio seguro donde aprender nuevas formas de comunicarse.
Conclusión:
La calidad de la comunicación es uno de los indicadores más claros del estado de una relación. Lo que decimos y lo que callamos construye (o destruye) el vínculo día a día. Aprender a comunicarnos desde la honestidad y la empatía no solo fortalece la pareja, sino que nos permite crear un espacio en el que ambas personas puedan sentirse seguras, escuchadas y valoradas.
Bibliografía
Hurtarte, C. A., & Díaz-Loving, R. (2008). Comunicación y satisfacción: analizando la interacción de pareja. Psicología Iberoamericana, 16(1), 23-27.