La neurociencia del trauma

La investigación neurocientífica ha descubierto diferentes puertas que nos enseñan como funciona el interior del cerebro, permitiéndonos ver los múltiples tipos de cambios que el trauma psicológico provoca en él: la alteración de la activación de diversas estructuras e incluso la modificación de su volumen, la conectividad entre determinadas áreas, las ondas cerebrales y las sustancias neuroquímicas.

Por otra parte, los estudios psicofisiológicos nos permiten ver diferentes cambios cerebrales a partir de los datos que obtenemos sobre los índices de estrés y, relacionado con ello, sobre algunos tipos de actividad cerebral. Esto significa que, a la hora de trabajar el trauma, disponemos de información procedente de distintos métodos de investigación y podemos por tanto enfocar el tratamiento desde distintas perspectivas.

Los estudios de neuroimagen y psicofisiológicos nos han dado pistas sobre qué es lo que sucede realmente en el cerebro cuando alguien experimenta un trauma. En dichos estudios, se han destacado cinco áreas principales del cerebro que resultan afectadas por la experiencia traumática. Es importante tener en cuenta que ninguna de ellas está aislada o funciona sola; todas están interconectadas, y recuperarse del trauma significa aumentar la interconectividad y crear un cerebro más integrado.

 

Centro del miedo (amígdala): el objetivo principal de la amígdala es determinar si una situación, contexto o persona concretos representan una amenaza o peligro. De forma coloquial, se la ha llamado «el detector de humos» (Van der Kolk, McFarlane, y Weisaeth, 1996). Cuando se sufre un evento traumático, aumenta la reactividad de la amígdala ante los desencadenantes del trauma, así como la alerta psicofisiológica y síntomas de reactividad habituales en el trastorno por estrés postraumático (TEPT) como la hipervigilancia, el estar siempre en guardia, etc. Por ello, uno de los objetivos a la hora de tratar el trauma es reducir la activación de esta zona del cerebro.

 

Centro de interocepción (ínsula): la función de la ínsula es la interocepción y la propiocepción. La propiocepción es el sentido que nos permite mantener el cuerpo en equilibrio y percibir su ubicación en el espacio. Por ejemplo, la capacidad de caminar sabiendo, incluso con los ojos cerrados, dónde están situadas en cada momento las piernas y el resto del cuerpo es posible gracias a la propiocepción; sin este sentido, posiblemente nos caeríamos. La interocepción es la capacidad de percibir la experiencia interna y de conectar con las sensaciones internas; por ejemplo, la sensación de hambre, de calor o de nerviosismo. Cuando ocurre un trauma, la ínsula suele desregularse, y puede resultar difícil identificar y regular las emociones y las sensaciones físicas. Una ínsula regulada, en cambio, nos da una percepción interna del cuerpo más precisa y una mayor capacidad para identificar las emociones que experimentamos y controlarlas.

 

Centro de la memoria (hipocampo): al hipocampo se le ha llamado también «el guardián del tiempo» (Van der Kolk, 2014) al ser el encargado de ponerles el sentido cronológico a nuestros recuerdos. Esto nos permite experimentar sucesos pasados sintiendo que ocurrieron en el pasado, y no que están ocurriendo en el presente. En los individuos que experimentan un acontecimiento traumático, el hipocampo se les hipoactiva y puede llegar incluso a ser más pequeña que en las personas que no han experimentado un trauma o no sufren un trastorno de ansiedad. Debido a esta menor actividad, se suelen dar problemas de memoria y dificultad para regular el estrés. Un aumento de la actividad del hipocampo ayuda a los pacientes a sentirse seguros en el momento presente, reduciendo el miedo ante potenciales reactivadores del trauma.

 

Centro del pensamiento (corteza prefrontal): la corteza prefrontal (CPF) está compuesta por diversas estructuras que en conjunto se consideran el centro cerebral del pensamiento. La corteza prefrontal se encarga de funciones como la concentración, la toma de decisiones y la conciencia de uno mismo y de los demás. En el cerebro de una persona que ha sufrido eventos traumáticos es habitual que esta zona esté poco activa, lo que dificulta la concentración, la toma de decisiones, la conexión con los demás y la conciencia de uno mismo. Aumentando la actividad de la corteza prefrontal se consigue mayor claridad de pensamiento, más capacidad de concentración, una sensación de conexión con los demás y mayor conciencia de uno mismo.

 

Centro de autorregulación (corteza cingulada): la corteza cingulada, y en concreto la corteza cingulada anterior (CCA), o corteza cingulada anterior dorsal (CCAd), es la encargada en la gestión de los conflictos y la autorregulación, que incluye la regulación emocional y de pensamientos. Es una zona del cerebro que suele estar poco activa en las personas que sufren secuelas psicológicas de acontecimientos traumáticos, lo cual dificulta la regulación de emociones y pensamientos y la toma de decisiones. El objetivo del tratamiento es conseguir una mayor activación del área, consiguiendo mejorar la capacidad para regular las emociones y lidiar con los pensamientos angustiosos.

 

Además de la afectación de dichas zonas, la conectividad entre estas áreas cerebrales también está alterada, agravando los síntomas y el funcionamiento general de la persona.

 

Conectividad cortical-subcortical: las conexiones de la corteza prefrontal y corteza cingulada (áreas cerebrales de autorregulación y pensamiento) con el centro cerebral del miedo (amígdala) permiten regular la amígdala y reducir su actividad, lo cual a su vez regulan las reacciones de miedo y las emociones asociadas. Por ello, dicha conexión permite como apagar o silenciar el detector de humos cerebral.

 

Conectividad insular: cuando la conexión entre la amígdala y la ínsula es muy fuerte en ambas direcciones, las reacciones de miedo son mucho más intensas. Esto se ocurre cuando la ínsula detecta sensaciones corporales aversivas y se lo comunica a la amígdala (el centro del miedo), que amplifica entonces esas sensaciones.

 

Sweeton, J. (2022). Tratar el trauma: 165 técnicas y consejos para avanzar en la recuperación. Editorial Sirio.

Van der Kolk, B. (2014). El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Eleftheria.

Van der Kolk, B. A., McFarlane, A. C., y Weisaeth, L. (2012). Traumatic stress: The effects of overwhelming experience on mind, body, and society. Guilford Press.

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