La idealización es una condena a la decepción. Esta frase tan contundente simplifica uno de los constructos psicológicos que puede intervenir en numerosas relaciones interpersonales, situaciones y procesos. Podemos idealizar personas pero también acontecimientos o momentos. Algunos ejemplos podrían ser: la idealización de la pareja, de un hijo, de un amigo, de la universidad, de la maternidad, del proceso de adopción etc.
¿Qué es idealizar? Para la psicología idealizar consiste en la sobreestimación, bien consciente o inconsciente, de las cualidades o características de una situación o de otra persona. Se podría entender la idealización como un sesgo perceptivo en el cual solo prestamos atención a lo positivo y lo exageramos pasando por alto o ignorando los aspectos negativos.
Ilustración por Alberto Montt @albertomontt
La idealización en sí no es positiva ni negativa, de hecho en ciertos momentos es necesaria, como por ejemplo cuando un niño idealiza a sus padres o profesores, o en los primeros estadios de formación de la pareja (fase de enamoramiento). Mantiene una ilusión que nos motiva o una ilusión que nos permite integrar a los demás como personas confiables. Aunque necesaria, todo depende de la intensidad y de la frecuencia con que recurramos a ella. Como hemos indicado la idealización normalmente conduce a la decepción puesto que no está basada en la realidad sino que es una versión mejorada de la misma. En función de cuánto nos aferramos a estas ideas ideales iniciales de la otra persona o de una situación, mayor o menor será la decepción.
Tarde o temprano las expectativas irreales que hemos asociado a una persona o situación terminan cayendo por su propio peso a medida que pasa el tiempo. Esto puede generar sentimientos de traición, desconcierto y frustración al comprobar que no se cumple lo que habíamos imaginado. En las relaciones podemos pensar que la otra persona estaba aparentando ser algo que no era cuando en realidad hemos sido nosotros quienes hemos sobredimensionado sus cualidades.
Otro aspecto que tenemos que tener en cuenta cuando idealizamos en el caso de las relaciones interpersonales es lo que se genera en la persona idealizada. Cuando idealizamos colocamos a la otra persona en un pedestal y tratamos de que encaje en un modelo en muchas ocasiones imposible de cumplir. La persona idealizada puede sentir está presión y esto también puede dificultar las relaciones.
Ilustración por Ana Belén López @dommcobb
Para poder dejar de idealizar es relevante indagar en uno mismo para así conocer las causas de esta tendencia. Además, podemos preguntarnos cuáles son aquellos valores positivos que apreciamos en los demás y hasta qué punto podemos exagerarlos obviando lo negativo. Por último, el fortalecer la autoestima permitirá que evaluemos con mayor objetividad las situaciones y a las personas; ya que si tenemos un autoconcepto negativo (consideramos nuestras características individuales como poco valiosas) es más probable que tendamos a emplear la idealización con los demás y destacar solamente sus aspectos positivos.
En resumen, aunque la idealización es necesaria y útil en algunos momentos, el concepto en sí mismo implica una negación de la realidad. Idealizar significa negarnos a ver la parte negativa que siempre existe en todo. Por lo tanto es importante dejar de idealizar para poder integrar tanto los aspectos negativos como los positivos de las personas y las situaciones. De esta manera nos permitiremos construir relaciones sanas y asumir la complejidad de la realidad.