¿Qué es la infertilidad y por qué es cada vez más frecuente?
A día de hoy a nadie le sorprende escuchar que cada vez más parejas están teniendo dificultades para concebir ese hijo buscado y, sobre todo, tan deseado. Es más, es probable que tú mism@ conozcas a alguien que se encuentra o se ha encontrado en algún momento en esta situación. Específicamente, se estima que entre 60 y 80 millones de parejas en el mundo y una de cada cinco parejas en Europa hacen frente a la infertilidad. La infertilidad puede definirse como la imposibilidad de conseguir un embarazo tras mantener relaciones sexuales sin protección durante un periodo de 12 meses. Esto implica, que al contrario de lo que ocurre con la esterilidad, la infertilidad no es una condición permanente en el tiempo. Si bien diferentes causas médicas pueden originar infertilidad, tanto en hombres como en mujeres, uno de los principales factores implicados en el incremento de su frecuencia es el aumento de la edad media de las parejas en el momento en que comienzan a buscar la concepción del bebé, encontrándose esta edad habitualmente por encima de los 24 años y, por tanto, de la edad biológicamente óptima para la fecundación. Para hacernos una idea, la media de edad aproximada con la que las mujeres tienen su primer hijo en España es de 32 años. Además, a todo ello habría que sumar el frenético ritmo de vida que llevamos en nuestra sociedad actual y los elevados niveles de estrés inevitablemente asociados a ello, lo cual evidentemente supone un obstáculo más para la concepción.
¿Qué consecuencias tiene la infertilidad en el bienestar psicológico individual?
Como es fácilmente predecible la dificultad para concebir hijos puede generar un deterioro sustancial en el bienestar psicológico de las personas que se encuentran en esta situación. Normalmente, la primera reacción hacia el diagnóstico suele ser de incredulidad o incluso de negación, pudiendo aparecer también sentimientos de miedo, dolor, desconfianza u hostilidad hacia el mismo. Otras emociones que antes o después también pueden aparecer ante la dificultad para concebir hijos son la angustia, la frustración y/o la desesperanza tras numerosos intentos fallidos, la sensación de falta de control sobre el propio cuerpo, la pérdida (del hijo buscado, del modelo de familia deseado, de la posibilidad de ser madre/padre biológic@, de tener un hijo en común con la pareja elegida, de la experiencia del embarazo y del nacimiento, de la continuidad de la propia genética…), la inferioridad respecto a las personas que son fértiles o la culpa al sentirse responsable de no poder concebir, entre otros. Evidentemente, como consecuencia de todo ello pueden surgir problemas de ansiedad o depresión. De hecho, es tal el sufrimiento que puede sentirse en este tipo de situaciones, que las consecuencias emocionales de la infertilidad son comparables a las que se padecen cuando se pierde a un ser querido y la mitad de las personas afectadas consideran esta situación como la peor experiencia de sus vidas.
A nivel cualitativo los problemas de fertilidad generan consecuencias emocionales bastante similares en hombres y mujeres, sin embargo, estas consecuencias son experimentadas con mayor frecuencia e intensidad por parte de las mujeres. Específicamente, se cree que esto podría asociarse a que en nuestra sociedad el hecho ser madre suele ser un aspecto más nuclear de la identidad individual y del rol social de la mujer que del hombre. Otro aspecto diferencial entre hombres y mujeres es que los hombres suelen considerar su propia infertilidad como un signo indicativo de disfunción sexual, lo que acaba provocando que escondan el diagnóstico recibido con mayor frecuencia a su entorno, privándose al mismo tiempo del apoyo que éste podría proporcionarles.
¿Qué consecuencias tiene la infertilidad en la relación de pareja?
Además, dado que normalmente no es una única persona la que se ve afectada por el diagnóstico sino una pareja, es necesario tener en cuenta el impacto que éste puede provocar en la relación en sí misma. En este sentido, la relación de pareja suele verse resentida como consecuencia del diagnóstico, pudiendo verse especialmente afectadas áreas relacionadas con la intimidad emocional, la comunicación o las relaciones sexuales. Así, la necesidad de proteger a nuestro ser querido de sentimientos dolorosos puede provocar que nos reservemos nuestra vivencia emocional para nosotros mismos, lo que al mismo tiempo puede dar lugar a que la infertilidad se convierta en un tema tabú en el hogar y al aumento del sufrimiento en la pareja. De hecho, cuanto más se alarga en el tiempo la no concepción del hijo buscado más suele tender cada miembro de la pareja a vivir su propio proceso de manera aislada, dándose un aumento de la tensión y del distanciamiento existente entre ambos.
Al mismo tiempo, la respuesta emocional de cada miembro de la pareja puede generar un impacto en la respuesta emocional del otro, siendo habitual que la mujer muestre una reacción emocional más intensa, lo que incentivaría una respuesta emocional evitativa en el hombre y esto, a su vez, intensificaría la respuesta emocional en la mujer. Es por ello, que en ocasiones se genera un ciclo emocional que se retroalimenta y que hace que los mecanismos de defensa utilizados por los diferentes miembros de la pareja cada vez se polaricen más. Asimismo, la calendarización estricta de las relaciones sexuales y el vivir dichas relaciones como un medio para un fin en lugar de un fin en sí mismo producen un deterioro en el funcionamiento sexual de la pareja. El sexo en estas situaciones puede, además, llegar a convertirse en una experiencia emocionalmente dolorosa al convertirse en un reflejo de la dificultad para concebir. Por otro lado, el miembro de la pareja afectado por los problemas de fertilidad suele sentirse especialmente culpable al ver que no es capaz de cubrir las necesidades vitales de su pareja, lo que al fin y al cabo también repercute negativamente en la relación. En general, la satisfacción respecto a la relación de pareja puede disminuir notablemente, aumentándose la probabilidad de que surjan crisis importantes en la misma.
¿Debería acudir a psicoterapia? ¿En qué podría ayudarme?
La respuesta a esta pregunta, como a la mayoría de las cuestiones en la vida, es depende. Por un lado, existen diferentes factores que pueden favorecer la necesidad de recibir ayuda profesional como son, por ejemplo, el hecho de ser mujer, tener algún diagnóstico psicológico previo (ansiedad, depresión, trastornos de personalidad…), encontrarnos ante una infertilidad primaria (sin embarazos previos), haber sufrido abortos con anterioridad, utilizar estrategias de afrontamiento de evitación del problema, encontrarse en una relación de pareja con un vínculo débil, no contar con una red de apoyo social rica, contar con personas en el entorno que de algún modo recuerdan la propia condición de infertilidad (amigos o familiares que están esperando un hijo o tienen hijos pequeños o acudir a reuniones familiares/sociales en las que se pregunta de manera insistente sobre la intencionalidad de tener hijos) o encontrarse inmers@ en un tratamiento de reproducción asistida.
Por otro lado, debemos recordar que cada persona es única y, por tanto, cada persona puede tener motivos y expectativas diferentes en relación a la maternidad o paternidad. Es decir, no todas las personas otorgan el mismo significado o valor al hecho de ser madre o padre y, por tanto, en la medida en la que ser padre o madre tenga un valor más central para la persona más complicado resultará afrontar la infertilidad. Al mismo tiempo, tampoco podemos olvidar que cada uno de nosotros disponemos de recursos específicos que hemos ido desarrollando a lo largo de la vida en la medida en que hemos tenido que ir afrontando diferentes situaciones, de modo que mientras unas personas son capaces de adaptarse a determinadas situaciones con mayor facilidad otras son capaces de adaptarse a situaciones totalmente diferentes. En cualquier caso, un signo indicativo claro de la necesidad de apoyarse en un profesional de la psicología sería la incapacidad para desconectar de todo lo relativo a la infertilidad o a la búsqueda de ese hijo deseado, encontrándonos tan sumergidos en ello y en las emociones negativas asociadas que hemos dejado de tener interés o no somos capaces de atender adecuadamente otras áreas de nuestra vida que antes eran importantes para nosotros (relaciones sociales o familiares, pareja, estudios, trabajo y/u ocio).
En estos casos la terapia individual puede ayudar en la adecuada identificación y gestión de las emociones asociadas al diagnóstico, así como de los posibles pensamientos negativos e intrusivos asociados al mismo, en el manejo del estrés/ansiedad y la utilización de técnicas de relajación, el ajuste de expectativas, el desarrollo de estrategias de comunicación con la propia pareja y con el entorno en el caso de que éste sea intrusivo, en la toma de decisiones en relación al inicio de un posible tratamiento de reproducción asistida u otras posibles opciones como la adopción, la instauración de hábitos personales que favorezcan el bienestar emocional, etc. Asimismo, en los casos en los que ambos miembros de la pareja estén de acuerdo en acudir a terapia podrían trabajarse además otros aspectos como, por ejemplo, la comunicación acerca de la condición de infertilidad y las expectativas de maternidad/paternidad, el acercamiento a un adecuado y mismo estilo de afrontamiento de la situación, la restauración de la pareja más allá de la búsqueda de hijos, la reestructuración del proyecto de vida (en común en caso de ser necesario), la recuperación de la intimidad perdida, la resolución de posibles conflictos, la toma de decisiones conjunta o las relaciones sexuales, entre otros.
Bibliografía
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