¿Qué es el duelo?
El duelo es el proceso en el que nos vemos inmersos cuando hemos perdido algo o a alguien querido y valorado por nosotros. En este sentido, hablamos de duelo ante la pérdida de objetos (nuestra casa, nuestro coche, un regalo con significado especial…), determinadas circunstancias (nuestro empleo, la posibilidad de concebir un hijo, la juventud…) o de seres queridos (por ruptura de la relación, distanciamiento físico, fallecimiento…). En este último caso del fallecimiento de un ser querido, este proceso puede ser lento, llegando a durar incluso varios años.
Las Cuatro Tareas Asociadas al Duelo
Si bien existen distintas teorías explicativas acerca las fases que sigue el duelo, este post tiene por objetivo plantear dicho proceso desde una perspectiva algo diferente. Esta perspectiva sería la propuesta por Worden, quién plantea que el duelo no representa un estado o una serie de fases en las que la persona se ve envuelta de forma incontrolable, sino que es la propia persona quién debe realizar cuatro tareas específicas con el objetivo de afrontar la pérdida. Estas cuatro tareas serían las siguientes:
- Aceptar la realidad de la pérdida: los primeros días tras la pérdida suelen ir acompañados de una sensación de irrealidad, incredulidad o aturdimiento, resultando complicado ser consciente del impacto real de la ausencia de la persona en nuestra vida. Esto puede ser así, tanto si por algún motivo sabíamos que la muerte iba a producirse, como si no. Aunque, es cierto, que cuando el fallecimiento se produce de forma inesperada esta sensación puede ser más duradera. En cualquier caso, de forma progresiva es importante ir reconociendo que nuestro ser querido ha fallecido, que esto implica que no vamos a compartir nuevos momentos con él y que se trata de una situación que lamentablemente no tiene vuelta atrás.
- Elaborar las emociones y el dolor asociados a la pérdida: después de la sensación de confusión generada inicialmente por la pérdida, pueden aparecer emociones de distintos tipos. Así, podemos sentir tristeza (por la pérdida en sí misma, por el impacto que la pérdida está produciendo en otros de nuestros seres queridos…), desesperanza (al pensar que la pérdida es irremplazable e irrevocable), culpa (por no haber compartido más tiempo con nuestro ser querido, haberle cuidado más o no haber solucionado determinados conflictos…) o enfado (por el abandono que conlleva que haya fallecido o por algún conflicto previo), entre otras. De hecho, muchos duelos patológicos surgen debido a la evitación del sufrimiento que se encuentra inevitablemente asociado a la pérdida, de forma que aquellos pensamientos, lugares, situaciones o conversaciones relacionados con la persona fallecida se evitan deliberadamente, prefiriendo centrar nuestra atención únicamente en aquellos aspectos positivos de nuestro día a día o buscando mantener cada minuto de nuestro día ocupado para no sentir. Lo cierto es que este proceso de evitación conlleva el retraso de la progresión natural del sufrimiento que sentimos, lo que, como resultado, provocará que nuestro proceso de duelo pueda complicarse y prolongarse en el tiempo.
- Adaptarse al entorno en ausencia de nuestro ser querido: esta tarea implica reestructurar y encontrar otro modo de utilizar el tiempo que normalmente era compartido con la persona fallecida, lo cual puede abarcar el cambio tanto de actividades de ocio como de actividades sociales relacionadas con personas del entorno de nuestro ser querido (familia política, amistades…). Además, en aquellos en casos en los que el fallecido desempeñaba un rol importante a nivel de apoyo en nuestra vida, no solo a nivel emocional sino también instrumental, la necesidad de reestructurar nuestro día a día será mayor. Esto es así especialmente cuando la persona fallecida es nuestra pareja, padre/madre, hijo o hermano, de forma que la pérdida puede suponer la necesidad de asumir nuevas responsabilidades, funciones y tareas (gestión de la economía del hogar, búsqueda de una nueva fuente de ingresos, mayor implicación en la educación y crianza de los hijos, etc.). Este proceso de adaptación a la nueva situación puede ir acompañado de sentimientos de ansiedad, al sentir que uno no es capaz de asumir determinadas responsabilidades o de ejercer un rol en específico, así como de sentimientos de culpa al sentir que se está avanzando en favor de nuestro propio proyecto de vida, conllevando esto ir dejando atrás a nuestro ser querido. En general, en este proceso de adaptación, el apoyo social del que dispongamos siempre juega un papel facilitador importante.
Recolocar emocionalmente a nuestro ser querido fallecido y reanudar la propia vida: esta última tarea implica fijar los recuerdos tanto positivos como negativos de nuestro ser querido, dando sentido a su vida e identificando el significado que tuvo en la nuestra. Así, es necesario asumir que, si bien nuestro ser querido a partir del momento de su fallecimiento empieza a formar parte únicamente de nuestro pasado, los recuerdos, los aprendizajes y el vínculo construidos con él siempre estarán ahí y formarán parte de nosotros. Es habitual además, que sintamos que éste vínculo se encuentra representado de forma simbólica en algún objeto o recuerdo personal especial como, por ejemplo, un reloj de nuestro ser querido, algún regalo que nos hizo o una foto suya. En último lugar, esta tarea implicaría ser capaces decir adiós de forma permanente a nuestro ser querido para continuar nuestra vida en su ausencia de forma plena y satisfactoria.