El ser humano, está en una constante búsqueda de objetivos vitales, configurando la vida con fases concretas sin opción a modificarlos o dar opciones alternativas. En general, las personas están atadas a sus esquemas vitales por el “debo” o “debería” y pocas veces por el “me gusta” o “me gustaría”. Esta búsqueda obedece a la evitación de la angustia de sentirse “vacío”. La angustia surge cuando hay miedo de lo que está por venir en el futuro y esa inseguridad representa una amenaza para el bienestar emocional de uno en el presente, es decir, se viven en el ahora las posibles “desgracias” que uno percibe que llegarán en el futuro (Frankl, 1982).
Las personas construyen su realidad en función de unos pilares aparentemente estables y aceptados socialmente, culturalmente o dentro de la familia (pareja, hijos, independencia económica, éxito profesional, casa propia, salud, matrimonio, trabajo estable, etc.). Cada uno establece las prioridades a su manera, pero generalmente, son constructos comunes entre la gente. La angustia surge cuando alguna de éstas falla y lo que hasta un momento era una base firme, deja de serlo (Längle, 2005). Con esto debemos de hablar del plan pre-establecido, donde el cumplimiento de cada fase del plan está especificado de antemano, incluso antes de entender lo que significa realmente cada uno.
Por ejemplo, uno puede planificar que siendo muy joven encontrará esa persona con la que va a pasar el resto de su vida, con la que se comprará la casa y después de casarse vendrán los hijos. ¿Qué pasa cuando se rompe con la pareja con la que se suponía que se iba a casar en la edad en la que se había planteado tener al primer hijo? ¿Qué pasa cuando el trabajo estable no llega y uno tiene que atrasar sus planes unos años más? ¿Qué pasa si no llegan los hijos o la pareja ideal? ¿Qué pasa si la salud se resiente? Abrir las posibilidades de lo que pueda ocurrir en el futuro si estos planes amenazan con romperse puede plantear una angustia enorme para la persona.
Ante esto cabe la posibilidad de agarrarse con todas las fuerzas a aspectos que pueden ayudar en ese cumplimiento de los objetivos. Esto puede verse en las relaciones de parejas dañinas o rotas a las que ya nada les une pero que se mantienen solamente para seguir con el plan previsto. Otras personas se pueden aferrar a un trabajo estable e indefinido pero insatisfactorio por la necesidad de mantener a la familia o por mantenerse en la idealización del trabajo que en su día fue una gran oportunidad profesional pero ya no es suficiente. A veces, es más cómodo mantenerse en aquello que no trae alegría o satisfacción aunque sea doloroso para evitar la incomodidad que supone hacer cambios que pueden tambalear los objetivos vitales, ya que la alternativa puede parecer catastrófica. En esa alternativa se pueden esconder miedos más profundos como puede ser el miedo a la soledad, a fracasar o a decepcionar. Esto se ve cuando uno aparentemente tiene en su vida los elementos que deberían de llevarle a una vida plena y no es así. Por el contrario, en otras personas, la percepción de que no pueden conseguir los logros de cada una de esas etapas planificadas, en el presente o en el futuro, es lo que provoca el malestar. En ambos casos se producen alteraciones en el estado de ánimo derivado de esa sensación de vacío ante la pérdida de lo que para uno era importante o en la que estaban puestas las expectativas.
Ante estos conflictos, uno debería de aceptar las emociones y no tener miedo de expresarlas. Un paso importante es aceptar que uno se encuentra mal, que hay algo que no está yendo bien. Es importante hablar de emociones y poner nombre a lo que se está sintiendo. Además, sería interesante analizar qué hay detrás del malestar o que es lo que produce esa incomodidad. Observar si hay miedos que se esconden detrás de la dificultad de aceptar que algo debe de cambiar en el presente o que está guiando nuestra manera de entender nuestra realidad (miedo a la soledad, miedo a ser criticado, miedo a no tener recursos personales suficientes para afrontar las situaciones de la vida solo, miedo a decepcionar, etc.). Está demostrado que el afrontamiento del malestar y la búsqueda de apoyos son los mejores predictores de un adecuado manejo del malestar emocional mientras que el aislamiento social o la falta de acción para solucionar aquello que produce malestar solo resultan desadaptativas y aumentan la angustia derivada de esta situación (Larsen y Prizmic, 2004). Además, es importante trabajar las emociones para generar un cambio a largo plazo (Greenberg, 2004).
Otra parte importante es reevaluar el sistema de creencias. Estas creencias son paradigmas con los que interpretamos la realidad y se han ido formando a través de la experiencia. A medida que uno va desarrollando su vida, algunas de estas se irán manteniendo sin que supongan un conflicto para nosotros, algunas creencias pueden ir cambiándose pero otras se mantendrán firmes. Los objetivos vitales que nos planteamos están basados en sistemas de creencias (“debo de tener mi propia familia para ser feliz”). Albert Ellis (1997) planteaba que las creencias irracionales que pueden estar basados en premisas ilógicas, son inconsistentes con la realidad y se expresan como una demanda, como un “debo de” en lugar de “me gustaría”. Esto puede suponer una gran angustia ya que uno puede entrar en un conflicto interno.
Por ello es importante reorganizar estas creencias para ir formando objetivos vitales más realistas, flexibles y adaptados a la propia realidad. Por ejemplo, el deseo de una mujer de desarrollarse plenamente en su trabajo, puede tener como consecuencia una limitación en el tiempo que podría dedicar a formar una familia. Llegado el momento, puede ocurrir que esa mujer deba replantearse su plan previo de tener hijos que hasta ese momento tenía claro. Para otra persona, puede ser importante aceptar que la profesión en la que se había planteado desarrollarse no es tal y como se la había imaginado. Son decisiones que implican entrar en conflicto con uno mismo y replantear constructos que se habían tomado como válido e inamovibles.
Ellis, A. (1997). Estado de la cuestión en la terapia emotiva-racional-conductual. En I. Caro (comp), Manual de psicoterapias cognitivas, 91-101. Barcelona: Paidós.
Frankl, V. (1982) Psicoterapia y humanismo: Mexico
Greenberg, L. (2004). Emotion – focused Therapy. Clinical Psychology and Psychotherapy, 11, 3– 16.
Längle, A. (2005). La Búsqueda de Sostén. Análisis Existencial de la Angustia. Terapia psicológica, 23 (2) 57 – 64.
Larsen, R.J., y Prizmic, Z. (2004). Affect regulation. En R. Baumeister y K. Vohs. Nueva York: Guilford.